domingo, 14 de septiembre de 2014

Truculencia

PROLOGO

Se conoce que Tucumán Gumiérrez asistió a cuantos talleres literarios ofreció el ámbito público y privado de la ciudad donde nació y vivió hasta su muerte. Sin embargo, jamás pudo incorporarse a ninguna de las tradiciones literarias que le mostraron. Jamás pudo desarrollar suficientemente las labores de la mitología y ni siquiera logró comprender el análisis estructural del relato de Barthes, aunque leyó profusamente (esta palabra la aprendió en uno de los talleres) a Barthes. No obstante, publicó; con un moderado y efímero  éxito, que cayó en picada una vez finalizada la presentación del libros. Este texto (compuesto de una justificación en prosa y varios versos inconexos) permaneció inédito hasta hoy y fue descubierto por su sobrino mientras revisaba uno de los cajones de la cómoda en busca de sus lentes de ver de cerca. Deberíamos decir que su sobrino fue uno de sus más asiduos lectores y, según dijo, creyó ver en este escrito la obra más lograda de Tucumán. Supo que su tío comenzó a escribir una vez jubilado, y como jamás logró (o quizá no quiso) trasladar la metodología fordista de la fábrica a su hobby de escritor  (se sabe por propias declaraciones a la prensa local que intentó transmutar (lo dijo así) su hobby en oficio, pero aparentemente sin éxito) jamás se dio cuenta del faltante en su cajón de la cómoda. Años después de su muerte, el sobrino convenció al editor de un diario local de publicar por entregas el texto. Luego de un intenso trabajo de recopilación publicamos partes del texto recuperado y algún que otro poema.

El texto (sin título en el original)

Hay una diferencia entre escribir por dinero o por la simple necesidad de placer. También hay algo similar. Los dos casos los motiva una urgencia. La urgencia. de ganarse la vida o la urgencia de decir o de entender o simplemente de sacar eso de adentro.
Quien escribe obligado no tiene otra opción que hacerlo. Quien lo hace por dinero tiene que cumplir plazos y debe escribir, tratando de hacer lo mejor posible, pero debe hacerlo, no sin mas remedio.
Pero si no está apremiado por lo material del mundo puede tomarse su tiempo, pensar y, decidir no hacerlo. Además, puede escribir y no publicar. Por eso creo que solo escribiré y, lo que espero, publicaré cuando tenga la necesidad de hacerlo para ganarme el pan. De hecho la única vez que lo hice fue por ese motivo. Sin embargo, admiro a quien puede escribir y, lo que es mejor, publicar por el solo hecho de hacerlo. César lo hace. Y me contó que no corrige. Quizá el hambre me convierta alguna vez en escritor. Ya que, es evidente, no lo soy de alma.
Veo como otras escritores, en conferencias, en ferias, describen sus estrategias discursivas (así le dicen ellos,) cuentan como armaron la trama, lo que quisieron decir, como la novela tomó un rumbo distinto al decidido, como la fueron entendiendo a medida que la escribían, y sinceramente los envidio, cómo pueden escribir tan bien y hablar tanto de lo que escribieron. Es que son escritores, la escritura es su forma de pensar. No hay nada entremedio de su pensar y su escribir.
Yo a esta edad tendría que tener varios libros editados y no estar pensando todo esto. Tendría ya que tener todo claro, quizá presentando mis libros, quizá ya algunos traducidos, debería estar viajando por otros países, o publicando en revistas del extranjero o de aquí, pero especializadas en literatura o en poesía. Y si embargo estoy atascado, yendo de un pensamiento a otro. Tratando de decidir si lo que escribo es digno de publicar o al menos de mostrar a mis amigos. Dudando sobre la calidad de mis temas, sin saber si se trata de cosas que valen la pena o nimiedades o cosas sin importancia. Me dicen que lo publique igual, que siempre a alguien le va a gustar, que hay público para todo. Pero yo no le quiero gustar a cualquier público. Yo quiero entrar a un círculo selecto, lo cual es muy valiente, personas que pueden pensar en profundidad un tema, desarrollarlo de varios puntos de vista, armar una representación del mundo, significar algo, expresarse de tal forma que el lector pueda leer en varios niveles, es decir tener un tema. Es lo más difícil para mí, tener un tema. Yo escribo sobre cosas, pequeñas cosas que me pasan a mí o que otros me cuentan, o que recuerdo, o que creo que a otro puede sucederle. Pero todos esos pequeños relatos son inconexos, no los une ningún tema. Quizá el problema sea que mi vida no tiene un tema. Es decir, no hay un piso sólido, unos conceptos para pensarla. Mi vida son espasmos. Hechos que suceden. Producto de decisiones apresuradas. Me gusta esto, lo hago, lo compro, lo consumo, eso me consume, después se consume a sí mismo y desaparece, sin dejar rastro, una experiencia sin sentido. Algunas cosas dejan un álito, una sensación vaga de que algo sucedió, una caricia, pero nada más, ningún sustrato donde germine una idea que pueda tender un hilo entre mis decisiones.
¿Y si plagiara? ¿Y si tomara temas ajenos y los disfrazara lo suficiente para que nadie advirtiera que son de otro? Cambiaría las palabras, el orden de las frases. Alteraría los párrafos, diría lo mismo de otra manera. Total, hay tantos autores desconocidos, tantos temas tratados, que nadie se daría cuenta.  Pero, ¿y si mi libro a alguien le interesara y se convirtiera en motivo de análisis para alguien más o menos versado en algunos autores, un periodista, por ejemplo, y descubriera las semejanzas de mi texto y el otro y, para intentar una efímera trascendencia o para justificar su ética o porque realmente es honesto y cree estar cumpliendo con su deber, descubre mi impostura? Ahí yo quedaría sometido al juicio del público, a los debates, a la polémica, que es lo peor que hay. Otro podría sacar provecho de ese escándalo, quizá lograría cierta trascendencia, conseguiría adeptos y detractores, se convertiría en un tema de conversación, aumentaría su popularidad. Yo no podría soportar nada de eso. Sobre todo la popularidad, ser tema de conversación ajeno, no. Pero sin embargo añoro esa fama, esa popularidad, aunque no podría ponerle el cuerpo, no podría someterme, por ejemplo, a reportajes, donde algún periodista,  buscando una pregunta inteligente, me sorprendiera, por ejemplo, queriendo conocer mi método, mis estrategias discursivas, la forma de construcción de los personajes. ¿Y yo, qué contestaría?, seguramente titubearía, comenzaría a recordar cosas que leí o le escuché decir a otros, y no sé si podría conectarlas, si podría convertirlas en un discurso coherente.
No, plagiar no. Mejor sería encontrar un tema. Buscar en mi vida. Contar algo que me pasó. Disfrazarlo convenientemente para evitar que la gente que me conoce descubra que autor y  narrador coinciden. O podría enmascararme en la segunda persona, contar lo que me pasó como si le hubiera sucedido a otro y así evitar mi presencia en el texto. Para eso debería modificar los  datos duros de mi biografía, fechas, lugares, personas.  Pero, aunque eligiera contar mis experiencias, ¿cuáles elegiría? Contaría el episodio de mi nacimiento. Diría que nací en un pueblo de la provincia de buenos aires, aunque nací en la provincia de Santa Fe, que mis padres llegaron de España, aunque llegaron de Italia, que estudie en una escuela pública aunque estudié en una escuela privada.
A veces escucho en charlas que escritores sufren ante el acto  de escribir. Esquivan el momento de la escritura, por pereza, porque no les resulta fácil encontrar las palabras adecuadas, o el tono o el ritmo o la extensión de la frase o el orden de las palabras. Los angustia tener que enfrentarse a ese momento. No a la hoja en blanco, eso ya es demasiado cursi y remanido como para mencionarlo. Sino cuando la idea ya está, cuando ya saben que escribir, ya tienen todo claro, pero deben darle una forma material a eso. Darle cuerpo y tener que poner el cuerpo. Esa gimnasia los agobia, los abruma, y a algunos hasta los angustia. Esa característica que comparten todos los escritores y, muchos por sentirlo, saben certeramente que lo son, yo no la tengo. Yo me siento ante el papel y escribo, las palabras me salen. No al estilo de la escritura automática. No, yo sé lo que quiero decir y lo digo. Y por eso mi angustia. Por no tener el don de la angustia del escritor, de saberme no escritor. 
Tengo que salir. Tengo que tomar un poco de aire, hablar con alguien, hablar de algo, de cualquier cosa, porque sé que no hablar de lo que me inquieta, de esto de la escritura, porque no los puedo expresar, solo pensarlo y quizá escribirlo o garabatearlo, no sale de otra forma. Voy a ir al bar a ver si encuentro a alguno de mis amigos, a ver si lo encuentro a Antonio o a Javier o a Mario. Quizá con ellos pueda hablar un poco de poesía o del río, al que nunca fui, al que siempre le esquivo, porque no sé nadar, ni pescar, ni navegar, pero al que conozco quizá mejor porque lo conozco a través de sus voces, de su representación. Mi río no tiene peligros, mas allá del peligro de no tener la experiencia directa, de mojarme la remera de un olazo o pincharme la pata con una raya o marcarme el brazo con las espinas de un tala. Ya quisiera yo escribir sobre el río, sobre los hornos de barro, sobre el fluir, y compararlo con el fluir del tiempo o sobre el volar de las aves y escribir metáforas sobre el alma que escapa de un cuerpo.
A veces yo les leo  Antonio, a Javier o a Mario algo que escribí, un poemas o unas frases o incluso un breve relato y ellos me escuchan con generosidad y se miran entre sí como preguntándose quién será el primero que se anime a decir algo o qué decir o qué comentar; quizá para no desalentarme, me dicen palabras afectuosas, me preguntan si me gustaría publicar, claro que me gustaría publicar, pero que no hubiera movida cultural, no tener que tener un estilo, una pose, una forma que me diferencie y por lo tanto me identifique. Me gustaría que mi libro estuviera en la librería, a la altura de los otros y que alguien lo tomara, lo hojeara y dijera: me gusta y le dijera a otro que le gusta y así, de boca en boca, se pasara la bola de que el libro es bueno y la gente lo leyera. No tener que ir a presentaciones, donde se expone a alguien que habla bien de nosotros y se venden los libros. No, simplemente que se difundiera, en librerías, en encuentro de personas, en lugares secretos. Porque así la gente lo leería si le gustara, por puro placer. No por la etiqueta o los antecedentes del autor.  Como una cata a ciegas.
Porque yo también vi el sauce, el tala y el curupí. La desdicha del placer efímero. También vi el dorado y el pejerrey y el rancho de adobe y el albardón y la espuma del agua y la arena y las ramas cayendo "acariciando el agua". Pero sé que verlas no es suficiente. No es solo ver, ni sentir un aliento de todo eso. No, es otra cosa, que no sé que es, no solo que no pudo expresar, no se. Cuando leo sus frases "acariciando el agua" siento que ellos realmente vieron y sintieron y sin embargo todos íbamos en el mismo bote, hacia el mismo lugar en el mismo tiempo. O quizá sea el tiempo, ellos viven en un tiempo desplazado, en la metáfora, que a mí no acude, o si acude no la puedo recibir. Por qué si había agua y había un pejerrey y todos estamos ahí la metáfora llegó a ellos y no a mí. 
En realidad voy poco al bar. No me gusta comunicar, además qué se puede comunicar. Las charlas giran siempre sobre lo mismo, la función fática de Benveniste.
Tengo que ordenar este caos. Como lo hizo el hombre primitivo a través de la magia. ¿Y si me quedara ciego? ¿Cómo haría para buscar la relación entre los autores, entre los temas que tratan o entre sus entonaciones? ¿Y si me golpeara la cabeza contra una ventana abierta subiendo una escalera? ¿Podría después de la fiebre escribir poesías? O si hubiera nacido en Santa Fe ¿estaría en condiciones de observar el río y las islas y los curupíes y decir algo de ellos, de representar su fluir con mis palabras?
Gerónimo me salvo dos veces. Una de las veces yo estaba recitando una poesía mía en un recital al que me habían invitado. No sé porque me habían invitado ya que yo no era un escritor (no me animo a decir poeta) conocido. Quizá porque querían contrastar mí escritura con la de ellos o quizá porque yo funcionaba como una cábala o quizá por un sincero interés de que yo mostrara lo mío o que simplemente comenzara a foguearme frente al público. Yo llevé tres poesías. Cuando estaba a la mitad de la primera me pareció que la entonación que estaba usando no era la correcta, que no le estaba dando el énfasis que ciertas palabras requerían, que la musicalidad que mi poesía debía expresar no estaba lo suficientemente expresada. Entonces me detuve y aclaré: que mal estoy leyendo. Al público esta disculpa le pasó desapercibida, pero a Gerónimo no. Gerónimo me dijo: autocrítica en el escenario nunca. Y esas palabras me hicieron comprender que lo que yo había escrito, antes que escritura, contenido, intensión, es espectáculo, es para ser mostrado, para impactar al otro y por lo tanto requiere de una puesta en escena. Y que esa puesta en escena está formada por gestos, voces, formas, disposiciones, pero sobre todo está formada por la convicción de que es espectáculo. Y el espectáculo para concretarse debe esconder algo, debe esconder la verdad. Que el público debe ver tu alma, pero que vos jamás debes mostrarla, solo representarla. Y al comprender eso comprendí también que yo jamás podrías lograr esa abstracción. Y caí en una profunda angustia. Y esa angustia me obligó a escribir más y más. Escribí cuadernos y cuadernos durante días y días de insomnio y mientras escribía me maravillaba de todo lo que podía escribir pero a la vez me angustiaba más porque sabía que eso era impublicable, improductivo, ya que era mi alma viva y no su representación.
Leo libros. No sé nada de autores. Admiro a los críticos que saben de autores y de libros y pueden charlar sobre la vida de este y de su influencia en lo que escribieron. Quizá ese saber los haga disfrutar más. Dicen que el que conoce disfruta más. Es un camino. Yo sigo otro. Yo imagino un mundo a partir de la lectura. Me imagino al tipo en su pieza, me imagino la pieza, la casa, la calle, me imagino su cara, sus amigos, los otros personajes, me digo eso me pasa a mi también, yo también pienso así y me dan ganas de escribir y dejo el libro sobre las piernas y miro el techo e imagino frases, las armo, las doy vuelta, trato de memorizarlas, a veces las escribo y con esa frase, esa imagen en la cabeza sigo leyendo y la lectura que iba por este camino ahora encuentra un sendero y se mete ahí y desemboca en un claro no al que el autor quiso llevarme sino adonde yo llegué. ¿Estará bien leer así? ¿Será  así como se lee? Si se lo comento a Mario, no pensará que soy un pelotudo (iba a poner badulaque porque esa palabra me fascina, la llevo desde que la leí en el Paturuzú, se la decía el coronel a Isidoro, es una palabra con resonancias de infancia además de ser por si sola una palabra con personalidad, de donde vendrá?) pero tengo miedo que Mario me critique porque uso términos que desentonan con lo anterior, o lo que es peor que no me lo diga a mí y se lo diga a Gerónimo y a los muchachos y yo nunca lo sepa y alguna vez cometa el error de usarla de nuevo. Si es que es un error. Sí es un error porque un escritor tiene que agradar a otros y no a sí mismo. No importa si a mí me gusta lo que escribo. Si quiero ser escritor tengo que agradar.
Yo se que alguien me va a querer.

Poemas (se respetan los títulos originales)

RETORNO A SAN NICOLÁS.

I

Subsumido por la sombra de un espanto que me aplaca, la idea es trasmitir lo que se siente al entrar a esa mole de cemento gris saturado (que alguna vez habrá estado de moda) que es la biblioteca de la Casa del Acuerdo. Un pasadizo a un pasado de la ciudad que en realidad nunca existió y que transfigurada irradia un antes pre industrial. Los rojos baldosones, una estampa y los libros de tapa blanca, imperceptibles, del Fondo Editorial que editaba Marta Bluhm, donde aún suenan la palabras de Verandi y de Canals.

II

El político es un hombre unidimensional.
Todo lo analiza desde su umbral.
En la mesa del Citex, donde los viejos dominantes aun discuten sobre la habilidad del Gato López, unas alumnas terminan un trabajo sobre murales.
Fotografiaron uno en la bajada Belgrano.
Me sorprendí. Hacía tiempo que no bajaba al río por la picada de Aguiar.
Fui. Y me encontré con la poesía del Yaguarón.
Me sorprendió la frase, una especie de elegía spineteana: “Y la luz trasciende”.
Me sorprendió que no haya dicho: “Pero, la luz trasciende”, como era de esperar.
Cansado de no ser de a poco las cosas se acomodan.
No tengo felicidad, tengo alegría que es la peor máscara de la felicidad.
Nunca crecí, siempre fui viejo.
Otro pinche tirano que se cruza por delante.
El aroma de los tilos de la plaza de noviembre calma las fieras.
Me faltan cuarenta veranos pa morir. No es nada.
Es merma.

III

Una ciudad lisita.
Hecha a mi medida.
Llana como la llanura
que habita.
Donde por fortuna hubo extranjeros.



IV

León Guruciaga baja a la costanera zigzagueante, retorcida, no queriendo dejar el centro del que participa levemente.
La recorre un camión con laterales de fenólico.
Están de moda.
Ya no se estila mas la madera dura que cubría los camiones que, en dos bancos laterales, llevaba los obreros a trabajar a Somisa.
Yo hice este barrio con mis propias manos. Cuando llegué acá este lugar estaba habitado por todo tipo de alimañas salidas del bañado.
Lo que debe estar el Cabotaje en esta tarde soleada mientras yo lo añoro desde la ciudad alguna vez soñada.
   
V

Una liebre brinca el campo con precaución desmedida (ya no hay quien lo transite, pues la soja alejó los peones).
La abruma una memoria de temores anteriores al acero y la fatiga.
Ya no hay racimos cuadriculando el horizonte.
Ya no hay fiestas en la campiña.
Ya no hay nada que temer, solo celo y codicia.

VI

En el barrio hay un cuchicheo, mataron a un hombre en plena calle. Dicen que tenía ideas políticas.
Dicen que tragó una píldora asesina.
Dicen que gritó que viva Perón.
El muerto era el vecino que le dio plata a la Carmencita para operar a la nena.
Nosotros seguimos jugando en la cortadita, todavía con la ráfaga en la mente, sin saber que habíamos conocido un valiente.

VII

La naturaleza, creación del hombre, fue domada alrededor de las nueve manzanas de una ciudad morosa, por italianos del norte que nos legaron el vino y el dialecto.
Atrás, arboles fantasmagóricos, producto de la niebla, anuncian el Arroyo del Medio. La tarde es una niebla difusa y el barro mandón, que suspende el equilibrio del caminante, se muere de progreso.

DESPUES DE LLOVIDO

El patio se puso más lindo.
Parece la sonrisa de algún Dios.
Estar triste, a veces, es una elección. Sin tristeza no hay poesía.
El preguntón de turno cree ver en eso poesía, pero no sabe expresarla.
El universo está llegando.
Dos calandrias lo aguardan, para irse a dormir al limonero.
Yo también aguardo, vaya a saber qué.

TRISTEZA
  
Le gustaba regodearse en la abundancia y la abundancia era tener un pollo más en la parrilla.
Admiro a los especialistas, a los que no se desvían. Antes los detestaba.
Lo que mejor hace es lo que menos le gusta hacer.
No es una persona triste, escribe cuando está triste.
Un supuesto futuro donde algo pasará. Pero este presente, ¿no es también el futuro de un deseado pasado promisorio?
Contemplar el día.
Ver cómo va pasando.
Nada más que eso.
  

BORRACHO MALEDUCADO.

Va vestido como un croto.
Sin voluntad de poder.
Goza la ropa gastada.
Siempre pensando en otra cosa.
La vida le queda cerca.
Le da asco tener todo el día la panza llena.
El estómago revela su ser.
No es la gastronomía (artificialidad)
sino la química la que lo une al cerebro.
Qué soportamos tragar. La gran metáfora.
No maneja términos técnicos.
Deambula sin método.
Dicen que le pegaba a su esposa y por eso sus hijos lo echaron a la calle. Hay que ver.
No se frustra. No tiene expectativas.
Quién puede vivir sin memoria.
Quien vive sin memoria está atado a lo tangible, lo visible. No poder recordar es no haber vivido.
Qué es lo que de su vida me inquieta.
Todo el día un papelito y un lápiz en la oreja, resabio de una vieja esclavitud.
Cómo sabe que le gusta algo: cuando le dan ganas de escribir.
Escribe todo el día en papeles que abandona. El otro día encontré uno. Decía: Quién puede vivir sin memoria.
Quien vive sin memoria está atado a lo tangible, lo visible. No poder recordar es no haber vivido. Donde nació ese odio a la gente. De la fealdad. Del desprecio. De la máquina.
En este plano nadie puede hablar, nadie habla. Solo el cuerpo habla. Pero ese decir no es prueba. No define nada. Y entonces todo así sigue. Hacia dónde.
Todo tendría que ser lindo y es feo.
Todo el día de uniforme: con ropa regalada no elegida.
Qué lindo debe ser tener un destino.

EL CÉSPED

Cuido el césped de mi patio.
Es lógico que lo haga: me costó dinero.
No es naturaleza pura.
Es un trasplante.
Una decoración.
No vale de por sí.
No da de comer a caballos.
Está ahí para ser contemplado.
E intentar sacar de él una enseñanza.
Pero qué podemos aprender del pasto.
Su razón es crecer.
Alimento de los rumiantes y el rounup.
Verde desesperanza.
Nunca pensé que matarlo fuera tan placentero.

EL OBRERO

I

Osmosis. Hay que tener cuidado con quien te cuida  porque se te pegan las personalidades y lo que es peor las ideologías.
Inseguridad. No saber qué. No tener gusto. Certeza de la duda. Nunca estar seguro del todo.
Qué buscar. Para qué salir.
Lo cotidiano no. Lo trascendente tampoco. El estómago se retuerce. La garganta se retuerce.  Qué palabras no decir. Eso te demora.
Todo sorprende, porque nada está anclado.
A lo lejos suena una milonga.
Mientras tanto el obrero sufre.
  
II
  
Mi don me alcanza para advertir lo nadie que soy.
Pero no como Sócrates, que fue tanto hasta el extremo de visualizar lo infinito. No. Yo de verdad soy nada. Va, un poquito más que nada. Una nada pero. Una nada que llega a comprender que es nada.
Ni siquiera la felicidad de no advertirlo. Nada, absolutamente nada.
Con qué te voy a seducir. Con asados, con vino. Yo tengo la percepción de mirada. Vos tenés la palabra, que me esquiva.

III

Bovinas ovinas sin pelo en el pecho.
Capataz incapaz pero locuaz.
Hojalata por lo menos que te lleve la muerte.
La balanza pesa un balancín.
Bovinas asesinas siembran cizaña en mi literatura.
La grúa garúa su guinche deseando como yo que se corte la linga.
Balanza mansa con la horizontalidad que la caracteriza.
El peón me alienta: "no te calentés",
creyendo que mi preocupación es el apuro de los camioneros.
Bovinas argentinas material de exportación
laminadas en frío sin aceitar Iram Ias.
La tijera se contorsiona al son del chiflón.
A eso yo llamo rock industrial.
El remito amarillito me tiene calentito
por esa desesperación de terminar e irme.
Por la ventana yo vi la debacle. 



HORNO DE BARRO (a los poetas nicoleños). 

Nacido en los andurriales postreros del límite del horizonte.
Donde la Pampa deja de ser llanura.
Consumió potencia de montes altivos.
Alquimia de trigo y animales.
Salgo a buscar los desperdicios que olvidaron los polleros en veredas equiláteras para alimentar tu ansia dantesca.
En tus fauces ardieron carnes ancestrales. El guazuncho araucano, el ñandú, los jabalíes.
Jeta de poncho.
Temple  guarecido.
Pariente del rescoldo.
Se puso lindo. Es viernes a la tarde. Salgo a buscar las tablas para encandecerte.


EMPANADA BOLIVIANA

No sos original.
Mezcla de camello, colonia y cuatro.
La papa sí. El locoto sí.
El charque, la harina, la grasa y la cebolla, también.
Pero la idea no.
Sos mestiza. Pero quién no lo es.
No sos original. Decíselo a los puristas.
Nada hay original. Menos los orígenes.



domingo, 20 de julio de 2014

La eterna imposibilidad de vivirlo todo de nuevo.

Después de leer el libro Postpunk. Romper todo y empezar de nuevo, de Simon Reynolds hice un arbitrario track list de los grupos que más me gustaron. Generalmente está su disco debut (excepto cuando hay otro mejor).
Además de haber sido un momento musical de mucha creatividad y experimentación me retrotrae a los momentos vividos con mis amigos Paulo Gallego (Payo) -quien me enseñó todo-, Gabriel García (previamente conocido con El Glóbulo) y Gustavo Avila (antes, Tero; hoy rebautizado Gustavo Otero).














































The return of the Durutti Column by Lost in music on Grooveshark


LC The Durutti Column by ojitodevidrio on Grooveshark









http://grooveshark.com/album/Seven+Songs/3497194




Disco que registra la escena No Wave de fines de los 70. El disco fue producido por Brian Eno. Contiene temas de Contortions, Teenage Jesus and the Jerks, Mars y D.N.A. (cuatro temas de cada uno en ese orden)









































Disco completo







viernes, 6 de junio de 2014

El púlpito vacío

Esta nota la escribí a pedido del periodista Pablo Makovsky quien la editó para el semanario Cruz del Sur que se publica en Rosario. 


Después de ciento cuarenta años los sacerdotes salesianos del Colegio Don Bosco se irán de San Nicolás, Buenos Aires, a 70 kilómetros de Rosario. Sólo quedan cuatro curas y no pueden atender la iglesia María Auxiliadora, de la que se harán cargo sacerdotes diocesanos, y el colegio, que será administrado por laicos. Finalizará así en la ciudad la primera misión salesiana de América. Según el padre Ignacio Valdez, director de la Obra Salesiana en San Nicolás, el proyecto es casi un hecho y será planteado al padre inspector Mario Cayo en el mes de agosto cuando visite la centenaria casa salesiana.
El colegio y la iglesia
La Obra salesiana de San Nicolás fue la primera misión enviada por Don Bosco fuera de Europa (la primera fue Francia). Los salesianos llegaron a la ciudad del norte bonaerense en 1875 y entablaron una fuerte relación con la historia de la ciudad. Fundaron el primer colegio secundario, ayudaron a desarrollar la industria vitivinícola, crearon un museo de ciencias naturales que alberga una de las colecciones de caracoles más importantes del país y formaron a una gran cantidad de dirigentes políticos de todo el arco político.
En la década del setenta los salesianos del Don Bosco apostaron por la evangelización en las villas y decidieron aplicar de lleno las enseñanzas del Concilio Vaticano Segundo, lo que les costó que sus sacerdotes fueran perseguidos y que algunos de sus estudiantes engrosaran las listas de desaparecidos y encarcelados. Por estos días se realiza en San Nicolás el juicio por delitos de lesa humanidad cometidos durante la dictadura en la zona norte de la provincia de Buenos Aires y una de las causas lleva el nombre de “Alumnos del Colegio Don Bosco”.

Estudios superiores

El establecimiento de la primera misión salesiana en América empezó por la conjunción de dos sueños. El de Don Bosco, en Turín, de evangelizar la Patagonia, y el de la sociedad ilustrada nicoleña, deseosa de tener un Colegio secundario para que sus hijos no tuvieran que abandonar la ciudad para estudiar.
En el año 1875 San Nicolás era una ciudad próspera. Poblada desde 1608, en 1819 fue declarada ciudad en retribución a la colaboración prestada en las Guerras de la  Independencia. En 1852 se produjo el hecho político más importante de la época, que después se convertiría en el acontecimiento histórico más destacado de la ciudad. Sofocado Juan Manuel de Rosas, los gobernadores provinciales la eligieron para firmar el Acuerdo que al año siguiente permitió la conformación de la Constitución Nacional. El hecho se recuerda como El Acuerdo de San Nicolás.
Entre la dirigencia de la segunda mitad del siglo XIX se destacaba la estampa de un próspero hacendado que había logrado meterse en la vida política: José Francisco Benítez. Su vasta biblioteca se componía no solo de obras clásicas, también religiosas, ya que era un devoto creyente.  Fue su fe la que lo acercó a la obra de los Padres Salesianos que el sacerdote Juan Bosco dirigía en la ciudad Italiana de Turín.
En Italia, Juan Bosco soñaba con evangelizar la Patagonia y así extender a América la congregación salesiana y su carisma educativo. Por otra parte, hasta el año 1876 solo había escuelas de educación primaria en San Nicolás. A  pesar de que era la segunda en importancia en la provincia de Buenos Aires, los hijos de la sociedad nicoleña debían emigrar para continuar sus estudios secundarios. Don Bosco precisaba una base de operaciones en Argentina donde enviar a sus sacerdotes.
El influyente político José Francisco Benítez supo comprender la coyuntura y se hizo cargo de la situación. Sus buenas relaciones con el arzobispo de Buenos Aires, monseñor León Federico Aneiros, y con el párroco de la ciudad, Pedro Cecarelli, lo conectaron con Juan Bosco.
Benítez y Don Bosco intercambiaron largas y fluidas cartas con la intención de negociar el desembarco salesiano en América. Al cura no sólo le llamaba la atención el interés por su obra desde una pequeña ciudad de América sino, más aún, que su corresponsal le escribiera en latín. Benítez le contaba en sus cartas de la gran inmigración italiana a la ciudad y de sus necesidades educativas.
Ofrecía a Don Bosco pagarle cinco pasajes para traer a sus sacerdotes y hacer gestiones con  el presidente de la Comisión Municipal, el mitrista Pedro Zaracondegui, para que les permita a los salesianos hacerse cargo de atender el Colegio San Nicolás en un edificio que estaba ubicado en las barrancas del río Paraná.
La gestión fue exitosa y siete padres salesianos llegaron a San Nicolás en el vapor Luján  el 23 de diciembre de 1875. El jefe de la expedición fue el cura Juan Cagliero. La ciudad los recibió con una fiesta popular encabezada por el párroco Pedro Cecarelli, José Benítez, las autoridades de la ciudad, la alta sociedad y un grupo enorme de inmigrantes italianos, sobre todo genoveses, que habían comenzado a cultivar la inhóspita campiña nicoleña con verduras, frutales y, sobre todo, viñedos.

Los quinteros

Muy rápido los salesianos y los genoveses crearon una alianza que les permitió ayudarse mutuamente. Los sacerdotes colaboraron con el desarrollo de la vitivinicultura local, que luego se convirtió en una industria que duró cien años, y los genoveses lograron salvar la obra de Don Bosco cuando sufrió, como quizá lo está sufriendo ahora, el primer obstáculo grande para su permanencia en la ciudad.
A fines del siglo XIX cambió la orientación política del gobierno municipal de San Nicolás y aquellos dirigentes que trajeron a los salesianos ya no estaban en el poder. En 1895 asumió el intendente José Goiburu, un abogado de dudosa reputación que era permeable a la influencia masónica que competía en el ámbito educativo con las congregaciones religiosas. Los salesianos tenían su colegio en un edificio que era propiedad del Estado municipal y que había sido cedido para tal fin.
El Intendente consideraba con desagrado la gestión de un edificio público en manos privadas, y máxime si esas manos eran las mismas que santiguaban todos los días en la misa. La protección política que los salesianos habían tenido por parte del influyente José Benítez se diluía a medida que políticos ligados a la masonería obtenían un acceso directo al despacho del intendente. Esos intereses presionaron a los salesianos para que desalojaran el edificio que ocupaba el colegio. Los salesianos no pudieron hacer frente a la fuerza de esa oposición encarnada en el estado y decidieron replegarse y comenzar a pensar en una nueva ubicación.
Los curas encontraron en los quinteros genoveses a los aliados que necesitaban para construir la segunda etapa del proyecto salesiano en San Nicolás. Los quinteros ofrecieron el terreno, la financiación y, en muchos casos, la mano de obra para construir un colegio y una iglesia. La construyeron en el límite, donde la ciudad se hacía quintas. La construcción puede considerarse una hazaña para la época si se tiene en cuenta que recién ocho años después la municipalidad terminaría un edificio de dimensiones similares para el funcionamiento del teatro Rafael de Aguiar. Recién cinco años después se construiría el Palacio Municipal.
Todavía no estaba construido el Palacio de Tribunales ni el del Banco de la Nación, que fueron las obras arquitectónicas que le dieron a la ciudad su aire de modernidad. Don Bosco le envió a los quinteros una carta en agradecimiento por el aporte. Hoy, ciento cuarenta años después, parece que todo el peso de esa historia no alcanza para conservar este lugar soñado por el santo.



Carisma

La semana pasada el obispo de San Nicolás Héctor Cardelli se enteró de la noticia por los medios. Es que las órdenes religiosas responden a sus superiores y no a las divisiones religiosas territoriales. Cardelli se mostró muy apenado de la decisión tomada por los salesianos. Aseguró que hará lo posible para evitar el éxodo e inclusive redobló la apuesta. Propuso que, siendo esta la casa histórica de los salesianos en América, antes que achicarse debería instalarse aquí la Inspectoría (que es la autoridad máxima de la orden). Lo que Cardelli no se explica es el por qué de la merma en las vocaciones religiosas salesianas. No ocurre lo mismo en la orden diocesana.
“Nosotros tenemos catorce seminaristas”, dijo y agregó: “Tiene que ver con cada congregación. Cada congregación tiene un carisma. San Juan Bosco lo imprimió en los hijos que lo iban a suceder en la obra que él fundaba. Si la juventud no descubre o no se siente convocada por ese carisma opta por otro camino de vida consagrada. El tema del carisma juega aquí un rol decisivo”.
También algunos laicos y ex alumnos se movilizaron a través de las redes sociales para evitar la pérdida e incluso lograron colar una carta de lectores en el diario Clarín. Es que durante muchos años ser alumno del Don Bosco en San Nicolás era por sí mismo una carta de presentación. Pero los tiempos cambiaron para la orden religiosa. Cada vez tiene menos vocaciones y ya casi no hay sacerdotes para vivir la vida en comunidad.
Iglesia María Auxiliadora
Quedan solo cuatro curas en San Nicolás, de los cuales uno está muy viejito y al otro le amputaron una pierna. Los otros dos sacerdotes se reparten como pueden las tareas pastorales y educativas y no dan abasto. Esta situación no es exclusiva de San Nicolás. Ya muchas ciudades debieron dejar el colegio en manos de laicos e inclusive perdieron parroquias. Pasó en Funes y en Venado Tuerto, Santa Fe; en Resistencia, Chaco; en Corrientes, etcétera.
El desmembramiento de la orden salesiana en San Nicolás comenzó tiempo atrás. En los años ochenta la parroquia abarcaba toda la zona sur de la ciudad, desde el colegio hasta el barrio Somisa, aproximadamente siete kilómetros y cuarenta mil habitantes.  Pero en la década del noventa, y también por falta de sacerdotes, se redujo a una pequeña franja de la ciudad.
La década del noventa le dio un fuerte golpe a la economía de una ciudad con industrias privatizadas, donde la seguridad del pleno empleo se desmoronó en un 30% de desocupación. Para sustentarse, los salesianos debieron lotear una de las tres hectáreas que les donaron los quinteros genoveses del siglo XIX. La otra, que fue patio de deportes y terreno para que se instalaran circos y parques, hoy es una plaza que administra la municipalidad. Es cierto que por aquellos años se construyeron cuatro nuevas aulas en la escuela, pero también se derrumbó el cine teatro que para varias generaciones funcionó como cine y fue un semillero del rock nicoleño en los años 70.
Como si los salesianos se hubieran ido yendo de a poco y el sueño que Don Bosco tuvo hace 140 años se esfumara en la vigilia de los nuevos tiempos.

sábado, 24 de mayo de 2014

Salir a buscarse


Laura Lazzarino (San Nicolás de los Arroyos) y Juan Pablo Villarino (Mar del Plata) decidieron recorrer juntos el mundo a dedo. Antes, cada uno los había hecho por separado. Pero el amor (por los viajes, la escritura y por ellos mismos) los unió en un viaje, que como todos siempre es iniciático. Se conocieron en una historia de amor que los juntó en Salta, cuando Juan Pablo decidió bajar desde Bolivia (desde donde iba al norte) para conocer a esa chica que le escribía en su blog. Se enamoraron y siguieron camino juntos. Recorrieron treinta y seis mil kilómetros a dedo, desde la Antártida hasta las Guayanas. Vivieron cientos de historias que dejaron impresas en el libro Caminos Invisibles que vendieron solo por Internet. Están considerados como los mochileros más famosos de la Argentina. Cada uno tiene un blog (los viajes de nena) y (acróbata del camino ) y desde allí y de Facebook lograron agotar una edición de 2000 ejemplares. Llevan consigo un proyecto educativo y la intensión de demostrar la hospitalidad de la gente del mundo.  Ahora viven en San Nicolás de los Arroyos, donde estuvieron el último año y medio escribiendo el libro y desde donde planificaron el viaje que están haciendo a Europa y Oriente.


Juan Pablo: El libro relata un viaje de un año y medio que realizamos por toda Sudamérica. Logramos llegar a la Antártida. Llegamos a Ushuaia sin contactos, empezamos a preguntar y terminamos abordando un crucero que iba a la Antártida y en el mismo viaje estuvimos en el amazonas de Ecuador, conviviendo con una comunidad Shuar que son los antiguos reductores de cabezas que aun usan cerbatana y salen a pescar su almuerzo.  Un viaje de treinta y seis mil kilómetros. El libro, en menos de tres meses está en su segunda edición. Nosotros estuvimos este último año y medio en San Nicolás, sin viajar, escribiendo el libro y la difusión a través de las redes sociales y la prensa fue enorme. Tampoco hay muchos libros de viajes escritos en primera persona por argentinos de esta época, para no remontarnos a los viajes del Perito Moreno, no hay mucho, entonces la bienvenida fue muy buena. Es un libro que manejamos independientemente en nuestro Facebook en nuestra página web, no es un libro que se encuentre en librerías y eso hace que la gente lo busque más.

Viajar es salir a buscarse. Es irse bien lejos afuera para llegar bien adentro. Si no es turismo. El sedentario que transita todos los días los mismos lugares, que ve el mismo tejado, el mismo árbol, el mismo adoquín, es probable que se tope siempre con los mismos pensamientos. Salvo que mire el rio, ese otro viajero que de tanto irse nunca es el mismo. Pero además Laura y Juan Pablo viajan con un sentido literario, viajan para escribir, salen a cazar historias que editan en libros, que venden y que les permiten seguir viajando. Por eso sus recorridos van por caminos laterales donde yace una verdad que no figura en las guías turísticas. Entonces, para Laura y Juan Pablo viajar no es solo un desplazamiento, es un ritual que verifica ciertas verdades ocultadas por sobreactuaciones periodísticas. 
Le cuento a Laura que quiero comenzar la nota con la frase: “Viajar es salir a buscarse” para saber si eso define su idea del viaje.

L: No es sencillo para mí explicar lo que hago. Muchas veces me preguntan “¿y vos a qué te dedicas?” y tenés que empezar a dar una explicaciones.  Porque nosotros lo que hacemos es bastante diferente, bastante under, y cuando yo digo “me dedico a viajar”, la gente inmediatamente te pregunta “¿y de qué vivís?”. Y más de una vez me preguntaron “pero, ¿de qué te escapás?”. Y a mi esa frase siempre me quedó dando vueltas porque no sé si uno se está escapando de algo, no sé si uno se está buscando a sí mismo, no sé si el viaje te da todas esas respuestas, porque la mochila que cargues la vas a cargar acá, en el viaje, y en cualquier lado. Yo creo más bien que el viaje lo que te permite, más que conocerte a vos mismo, conocer a dónde estás, conocer alrededor, lo que pasa fuera de tu zona de confort, de tu micromundo, la rutina, es romper con ese esquema y salir a ver lo que hay afuera y eso definitivamente te cambia

Claro, porque tu vida no siempre fue el viaje. Antes tuviste una vida más ortodoxa. ¿Cómo era tu vida antes y como decidiste cambiarla por el viajar?

L: El Viaje estuvo en mí siempre. Yo no te puedo decir en qué momento se me disparó la curiosidad. Lo que pasa es que cuando vos terminás la escuela y tenés que decidir qué vas a estudiar me decidís por algo que me hiciera viajar, porque como te digo la curiosidad estaba, pero no es tampoco tan sencillo arrancar. Entonces terminé el colegio, estudié turismo y tuve una vida “normal”, una vida sedentaria. Soy Licenciada en turismo, trabajé como agente de viajes cinco o seis años en los que no viajé  porque en realidad uno trabaja para que otros viajen. Pero bueno eso me sirvió mucho como una preparación en la vida, porque me sirvió para independizarme y para afianzar esto que yo quería que era dedicarme a viajar.

¿Cómo decidiste dejar esa actividad para comenzar a viajar?

L: Los primeros viajes estuvieron insertados dentro de esa vida normal. Primero junté vacaciones, con feriados, con Semana Santa e hice mi primer viaje a los veintidos años con destino a Machu Pichu que es como la primera Meca del mochilero. Me fui sola, lo cual fue para mi un primer paso y un gran descubrimiento, porque era la primera traba con la que yo me encontraba. Imaginate, siendo mujer decir que me quiero ir sola a Bolivia y a Perú, mi familia casi se muere, todo el mundo me decía que me iba a pasar de todo, pero tuve una experiencia excelente. Volví, seguí trabajando, al año siguiente me pedí tres meses sin goce de sueldo, me fui a México y también sola viajé de México a Panamá. Cuando volví de eso estaba en una situación medio difícil la Agencia, pedí licencia, me dijeron que si y me fui a la India. Cuando volví fue ahí que hice el clic y dije “quiero hacer esto”, no sé cómo. En ese momento el esquema era: trabajo- ahorro- me voy de viaje. Después de todos esos viajes fue que yo lo conocí a Juan, que compré su libro, que decidimos seguir viajando juntos, yo decidí abandonarlo todo pero ya tenía una experiencia previa de que era lo que yo quería.

¿Esos ya eran viajes a dedo?

L: No. Yo comencé a viajar a dedo cuando lo conocí a Juan. Pero tampoco eran viajes como los que yo vendía en la Agencia. No compré ni compraría nunca un paquete turístico con todo organizado. Eran viajes bastante libres en el sentido de que me compraba un pasaje de avión de ida y vuelta, armaba un itinerario. Siempre me gustó estudiar mucho antes de viajar para saber que esperar del país que yo iba a visitar o lo que yo quería ver.  Me iba con un presupuesto fijo por día que iba variando según mi situación económica y con ese presupuesto yo llegaba allá, compraba un pasaje en colectivo, buscaba un hotel económico. Siempre iba con mochila.

¿Qué diferencia hay entre ese tipo de viaje y el turístico?

L: El paquete turístico es una solución excelente para la persona que tiene un tiempo muy acotado y quiere hacer lo más que se puede. Yo lo respeto mucho desde ese sentido. Entiendo que una pareja, una familia, una persona mayor no se va a ir a ver con que se encuentra. En el caso nuestro, de la gente que viaja con más  tiempo, la diferencia está en la flexibilidad.
¿Cuándo haces turismo tradicional conocés el lugar donde vas o solamente lo ves?
L: Yo no creo que tenga que ver con el formato. Hay una guerrilla muy fuerte entre el turista y el viajero y no sé si banco tanto eso, porque tiene más que ver con la personalidad de cada uno. Yo conozco gente que va en viaje de turismo y aprende muchísimo porque se prepara, estudia, pregunta, y conozco gente que viaja de mochilero y que pasa por un país y no tiene la más mínima idea de lo que le está pasando al lado. Vi viajeros que estuvieron en Nicaragua y no fueron al Museo de la Guerrilla o no hablaron con la gente y ni siquiera sabían que hubo guerrilla.

¿Y como es viajar de mochilero?  Me imagino que no solo es trasladarse sino también ser protagonista del viaje.

L: No son unas vacaciones. Es un estilo de vida. No es que estamos todo el día panza para arriba con el daiquiri en la mano mirando la playa. Tenés momentos muy buenos y después tenés una rutina muy lógica que se va creando. Tenés que tomar decisiones todo el tiempo: dónde vamos a dormir, qué vamos a comer, estar muy atento con cuestiones de visa, de salud. No es para todo el mundo, pero para la persona que tiene esa curiosidad y que lo disfruta es fantástico
J: Nosotros viajamos a dedo no porque no tengamos el dinero para el colectivo sino porque es la manera que descubrimos en que podemos ir conociendo más personajes locales de cada país. Además es más entretenido. Uno sale del mito de que te va a levantar alguien con un hacha y te va a matar. Después uno se encuentra con que la inmensa mayoría de la humanidad es hospitalaria y empezás a conocer gente fantástica y cuando te empiezan a ayudar de esa manera se vuelve adictivo. Ya hoy día no nos planteamos viajar de otra manera. Además lo que nuestros libros buscan reflejar es la hospitalidad que hay en el mundo, por eso el tema de viajar a dedo no lo cambiamos por ningunas millas aéreas.

Hay que tener un poco de paciencia.

J: En general no esperamos más de media hora. Me animaría a decir que el tiempo de espera normal para una pareja es de quince minutos. Te puedo nombrar un extremo: en el Tíbet, donde pasa un  camión cada tres horas, podés estar catorce horas, pero por lo general en media hora salimos en un auto que pasa. Muy distinto de lo que la gente puede pensar.

Me llamo la atención que hay como una especie de comunidad de personas que viajan a dedo.

J: En Europa hay clubes de gente organizada que se dedica a viajar a dedo como deporte. También en Estados Unidos y en Argentina hay comunidades organizadas a través de Internet, de las que hemos sido parte desde el inicio, que profesan el viaje a dedo como estilo de viaje.

¿Cómo se sustentan económicamente en los viajes largos?

L: Nosotros tenemos la suerte de poder vivir gracias a las palabras. Vivimos de nuestros libros. Hoy por hoy si bien tenemos varios sustentos, porque tenemos una página web y escribimos para algunas revistas, el sustento principal es el libro. Vendemos los libros desde la página web y desde donde vamos contando partes del viaje. En el viaje por Sudamérica, que es el que se cuenta en el libro Caminos invisibles, vendíamos también libros pero no los teníamos editados, así que hacíamos uno libritos muy chiquitos que vendíamos en bares, en la playa y en todos los lugares que se nos ofrecíamos mientras íbamos viajando y también vendíamos fotos postales.

¿Escribían antes de ser viajeros?

L: Si. Juan escribe desde muy chico y yo también. Tal vez la diferencia es que yo escribía más para mí antes. Pero me animé a mostrar después de mi segundo viaje, más que todo porque había muchas chicas que se encontraban en la misma situación que yo, que querían viajar y no se animaban y que habían pasado por situaciones similares. Entonces el blog me permitió compartir con estas personas  la que había sido mi primera experiencia y ese fue mi primer paso.

En ustedes el viaje no está disociado nunca de la escritura.

L: No, en absoluto

¿Es viajar para escribir o escribir para viajar?

L: Nosotros viajamos para escribir. Si bien no está disociado porque voy a las sierras de Córdoba en plan familiar y yo estoy pensando que puedo escribir de esto. Pero lo primero es el viaje. Si no existiera el blog, si no existiera Internet viajaríamos igual. Es un disparador de ideas. No podría escribir novelas, no podría escribir ficción, no podría escribir detrás de un escritorio sin salir a la calle.

Es muy visible como el uso de la tecnología de comunicación vía Internet les facilita el plan de viaje.

L: Nosotros tenemos una ventaja y es que somos de la generación que nació sin Internet. No tenemos un abuso. Se apaga la computadora y tenemos otros recursos con que planificar el viaje y hacemos un mix entre guías, planisferios, atlas e Internet. Pero si, reconocemos que es una herramienta fundamental. Vivimos de Internet porque el libro no se comercializa en librerías. Lo vendemos a través de la web. Usamos mucho Couchsurfing que es una red de alojamiento gratuito, así que cuando vamos viajando nos alojamos en casa de familias gracias a Internet y usamos Facebook continuamente para programar el viaje, para contar el viaje, para contactarnos con gente, para comunicar, que de eso se trata.

 El libro solo se vende por Internet. ¿Es por una decisión de salir también ahí de los caminos habituales?

L: El libro nació gracias al blog, en el sentido de que si bien siempre tuvimos la idea de escribirlo antes de salir de viaje ya sabíamos que íbamos con la idea de viajar de esta manera. El hecho de hacer un libro independiente es muy costoso, es muy difícil porque vos sos todo: sos el escritor, el publicista, el distribuidor. Y cuando llegó el momento de llevarlo a la imprenta nos dimos cuenta que el gasto era muy grande. Entonces lanzamos una preventa a través del Facebook. Necesitábamos cuatrocientos lectores comprometidos que confiaran en nuestra palabra y quisieran comprar el libro por anticipado para cubrir los gastos. Nos encontramos con que en seis semanas habíamos vendido seiscientos libros, lo cual para nosotros fue impresionante porque fue solo a través de Facebook. Y a partir de ahí el libro empezó a crecer. Los lectores comenzaron a mandar fotos del libro desde Machu Pichu, desde Francia, desde Mar del Plata, porque era diciembre y todo el mundo salía de vacaciones y eso generó el boca en boca y el libro todavía se vende.

¿Qué tipo de lector es el que compra el libro, son viajeros o gente que le gusta la literatura?

Hay de todo. Tenemos lectores con los que ya somos amigos porque nos siguen desde el primer día. El que no viaja tiene su viajero dormido adentro. Pero la mayoría es gente que disfruta de esto y la mayoría de la gente fija que está siempre ahí, que nosotros ya conocemos, es gente que tiene la curiosidad. A veces es gente mayor que no ha tenido la posibilidad de viajar o gente que me dice “nací en la era equivocada, me tuve que casar tuve que tener hijos”. Pero en general es gente que disfruta mucho del viaje además del libro.

Ustedes escriben sobre las cosas que les pasan y tiene que elegir cuales son los temas sobre que escribir porque les pasaran muchas cosas más que las que están en el libro y además tienen que hacer un libro interesante que se pueda vender, es decir el horizonte comercial debe estar presente. En vista de estas necesidades ¿Cuál es su estrategia de escritura?

L: Para este libro nos propusimos relatar esto que nos estaba pasando de conocer las historias de la gente del camino, por eso el libro se llama Caminos invisibles, porque trata de un viaje por fuera de los circuitos turísticos, un viaje no tradicional por Sudamérica. Fuimos a Paraguay, fuimos a las Guyanas, fuimos a diferentes partes del Amazonas. Pero también nos propusimos contar mi cambio, como fue dejar una vida estable para dedicarme a viajar. Hubo mucha competencia de anécdotas, porque si hubiéramos contado todo el libro hubiera tenido setecientas páginas, pero sabíamos de antemano cuales era los episodios fuertes.

El libro plantea también una especie de filosofía del viaje y los viajeros, porque ironizan sobre viajeros que tuvieron de compañía, como el que no pude despegarse del cajero automático, el pseudo hippie.

L: No sé si es irónica. Contamos como fue ese encuentro con viajeros, con los que hemos compartido un tramo del viaje, desde artesanos, viajeros en auto. Si, tuvimos diferencias con esos viajeros y tratamos de contar todo
¿De qué manera la inseguridad es un obstáculo para viajar a dedo?

L: En los últimos años ¿cuántos episodios de inseguridad conociste relacionado con viajar a dedo? Son pocos. Por supuesto que la desconfianza existe. No es que te frena todo el mundo. Pero creo que hay más mito que realidad. Generalmente la gente que te frena es la que tiene algo especial. No te va a frenar alguien que no tenga ganas. Y en este viaje en que hicimos treinta y seis mil kilómetros exclusivamente viajando a dedo nos hemos subido a una infinidad de vehículos y solamente en uno tuvimos un momento fe. Siempre fue positivo y hasta mejor de lo que imaginábamos, porque la gente nos invitó a su casa, nos invitó a conocer su trabajo, nos presentaron a su familia, así que en definitiva para mi vale mucho la pena.
J: En Argentina la inseguridad a veces es lo que hace que sea un poco más lento viajar a dedo que en Perú o en Ecuador o en Colombia o Venezuela. También en países donde hay inseguridad más grave que la nuestra a veces es más difícil en Argentina. Por darte un ejemplo los países más rápidos donde estuve viajando a dedo fueron los de Medio Oriente, Siria, Jordania, Irán. Entonces hay que ponerse a pensar cómo influye la inseguridad mental en Argentina, que es real no es una alucinación de la gente, pero por ahí se ve magnificado por todo el fenómeno mediático. Pero la verdad es que se puede viajar a dedo. Hemos llegado a todas partes, a comunidades indígenas perdidas en medio de los andes hasta ciudades gigantes como Paris o Pekín. De hecho en 2005-2007 hice un viaje a dedo de veintisiete meses desde Irlanda a Tailandia, más de 30 países hechos exclusivamente a dedo.

En el libro hablan de la Línea del viaje, de cómo se arma un viaje, ¿Cómo es eso?


L: Este es nuestro estilo de vida pero también es nuestro trabajo porque de ahí vienen los libros, vienen las notas del blog, vienen las notas de las revistas, entonces no salimos al tun tun. Antes lo hacíamos, ahora no. Nos planteamos aprovechar el viaje de manera estratégica. En este viaje la Línea fue recorrer Sudamérica por los caminos invisibles, por los caminos menos visitados, salirnos de los mapas turísticos y ver que nos encontrábamos. Porque normalmente cuando planteas un viaje a Sudamérica es La Quiaca, Villazón, Uyuni, La Paz, Cuzco, Machu Pichu, Lima y Panamericana derecho. Ahora estamos planificando un viaje por Europa y Asia Central y la línea es el nomadismo. Queremos ir a conocer las tribus nómades que viven en Mongolia, en Tajikistan. Es un concepto, no tanto una línea como un dibujo, sino un concepto.