domingo, 14 de septiembre de 2014

Truculencia

PROLOGO

Se conoce que Tucumán Gumiérrez asistió a cuantos talleres literarios ofreció el ámbito público y privado de la ciudad donde nació y vivió hasta su muerte. Sin embargo, jamás pudo incorporarse a ninguna de las tradiciones literarias que le mostraron. Jamás pudo desarrollar suficientemente las labores de la mitología y ni siquiera logró comprender el análisis estructural del relato de Barthes, aunque leyó profusamente (esta palabra la aprendió en uno de los talleres) a Barthes. No obstante, publicó; con un moderado y efímero  éxito, que cayó en picada una vez finalizada la presentación del libros. Este texto (compuesto de una justificación en prosa y varios versos inconexos) permaneció inédito hasta hoy y fue descubierto por su sobrino mientras revisaba uno de los cajones de la cómoda en busca de sus lentes de ver de cerca. Deberíamos decir que su sobrino fue uno de sus más asiduos lectores y, según dijo, creyó ver en este escrito la obra más lograda de Tucumán. Supo que su tío comenzó a escribir una vez jubilado, y como jamás logró (o quizá no quiso) trasladar la metodología fordista de la fábrica a su hobby de escritor  (se sabe por propias declaraciones a la prensa local que intentó transmutar (lo dijo así) su hobby en oficio, pero aparentemente sin éxito) jamás se dio cuenta del faltante en su cajón de la cómoda. Años después de su muerte, el sobrino convenció al editor de un diario local de publicar por entregas el texto. Luego de un intenso trabajo de recopilación publicamos partes del texto recuperado y algún que otro poema.

El texto (sin título en el original)

Hay una diferencia entre escribir por dinero o por la simple necesidad de placer. También hay algo similar. Los dos casos los motiva una urgencia. La urgencia. de ganarse la vida o la urgencia de decir o de entender o simplemente de sacar eso de adentro.
Quien escribe obligado no tiene otra opción que hacerlo. Quien lo hace por dinero tiene que cumplir plazos y debe escribir, tratando de hacer lo mejor posible, pero debe hacerlo, no sin mas remedio.
Pero si no está apremiado por lo material del mundo puede tomarse su tiempo, pensar y, decidir no hacerlo. Además, puede escribir y no publicar. Por eso creo que solo escribiré y, lo que espero, publicaré cuando tenga la necesidad de hacerlo para ganarme el pan. De hecho la única vez que lo hice fue por ese motivo. Sin embargo, admiro a quien puede escribir y, lo que es mejor, publicar por el solo hecho de hacerlo. César lo hace. Y me contó que no corrige. Quizá el hambre me convierta alguna vez en escritor. Ya que, es evidente, no lo soy de alma.
Veo como otras escritores, en conferencias, en ferias, describen sus estrategias discursivas (así le dicen ellos,) cuentan como armaron la trama, lo que quisieron decir, como la novela tomó un rumbo distinto al decidido, como la fueron entendiendo a medida que la escribían, y sinceramente los envidio, cómo pueden escribir tan bien y hablar tanto de lo que escribieron. Es que son escritores, la escritura es su forma de pensar. No hay nada entremedio de su pensar y su escribir.
Yo a esta edad tendría que tener varios libros editados y no estar pensando todo esto. Tendría ya que tener todo claro, quizá presentando mis libros, quizá ya algunos traducidos, debería estar viajando por otros países, o publicando en revistas del extranjero o de aquí, pero especializadas en literatura o en poesía. Y si embargo estoy atascado, yendo de un pensamiento a otro. Tratando de decidir si lo que escribo es digno de publicar o al menos de mostrar a mis amigos. Dudando sobre la calidad de mis temas, sin saber si se trata de cosas que valen la pena o nimiedades o cosas sin importancia. Me dicen que lo publique igual, que siempre a alguien le va a gustar, que hay público para todo. Pero yo no le quiero gustar a cualquier público. Yo quiero entrar a un círculo selecto, lo cual es muy valiente, personas que pueden pensar en profundidad un tema, desarrollarlo de varios puntos de vista, armar una representación del mundo, significar algo, expresarse de tal forma que el lector pueda leer en varios niveles, es decir tener un tema. Es lo más difícil para mí, tener un tema. Yo escribo sobre cosas, pequeñas cosas que me pasan a mí o que otros me cuentan, o que recuerdo, o que creo que a otro puede sucederle. Pero todos esos pequeños relatos son inconexos, no los une ningún tema. Quizá el problema sea que mi vida no tiene un tema. Es decir, no hay un piso sólido, unos conceptos para pensarla. Mi vida son espasmos. Hechos que suceden. Producto de decisiones apresuradas. Me gusta esto, lo hago, lo compro, lo consumo, eso me consume, después se consume a sí mismo y desaparece, sin dejar rastro, una experiencia sin sentido. Algunas cosas dejan un álito, una sensación vaga de que algo sucedió, una caricia, pero nada más, ningún sustrato donde germine una idea que pueda tender un hilo entre mis decisiones.
¿Y si plagiara? ¿Y si tomara temas ajenos y los disfrazara lo suficiente para que nadie advirtiera que son de otro? Cambiaría las palabras, el orden de las frases. Alteraría los párrafos, diría lo mismo de otra manera. Total, hay tantos autores desconocidos, tantos temas tratados, que nadie se daría cuenta.  Pero, ¿y si mi libro a alguien le interesara y se convirtiera en motivo de análisis para alguien más o menos versado en algunos autores, un periodista, por ejemplo, y descubriera las semejanzas de mi texto y el otro y, para intentar una efímera trascendencia o para justificar su ética o porque realmente es honesto y cree estar cumpliendo con su deber, descubre mi impostura? Ahí yo quedaría sometido al juicio del público, a los debates, a la polémica, que es lo peor que hay. Otro podría sacar provecho de ese escándalo, quizá lograría cierta trascendencia, conseguiría adeptos y detractores, se convertiría en un tema de conversación, aumentaría su popularidad. Yo no podría soportar nada de eso. Sobre todo la popularidad, ser tema de conversación ajeno, no. Pero sin embargo añoro esa fama, esa popularidad, aunque no podría ponerle el cuerpo, no podría someterme, por ejemplo, a reportajes, donde algún periodista,  buscando una pregunta inteligente, me sorprendiera, por ejemplo, queriendo conocer mi método, mis estrategias discursivas, la forma de construcción de los personajes. ¿Y yo, qué contestaría?, seguramente titubearía, comenzaría a recordar cosas que leí o le escuché decir a otros, y no sé si podría conectarlas, si podría convertirlas en un discurso coherente.
No, plagiar no. Mejor sería encontrar un tema. Buscar en mi vida. Contar algo que me pasó. Disfrazarlo convenientemente para evitar que la gente que me conoce descubra que autor y  narrador coinciden. O podría enmascararme en la segunda persona, contar lo que me pasó como si le hubiera sucedido a otro y así evitar mi presencia en el texto. Para eso debería modificar los  datos duros de mi biografía, fechas, lugares, personas.  Pero, aunque eligiera contar mis experiencias, ¿cuáles elegiría? Contaría el episodio de mi nacimiento. Diría que nací en un pueblo de la provincia de buenos aires, aunque nací en la provincia de Santa Fe, que mis padres llegaron de España, aunque llegaron de Italia, que estudie en una escuela pública aunque estudié en una escuela privada.
A veces escucho en charlas que escritores sufren ante el acto  de escribir. Esquivan el momento de la escritura, por pereza, porque no les resulta fácil encontrar las palabras adecuadas, o el tono o el ritmo o la extensión de la frase o el orden de las palabras. Los angustia tener que enfrentarse a ese momento. No a la hoja en blanco, eso ya es demasiado cursi y remanido como para mencionarlo. Sino cuando la idea ya está, cuando ya saben que escribir, ya tienen todo claro, pero deben darle una forma material a eso. Darle cuerpo y tener que poner el cuerpo. Esa gimnasia los agobia, los abruma, y a algunos hasta los angustia. Esa característica que comparten todos los escritores y, muchos por sentirlo, saben certeramente que lo son, yo no la tengo. Yo me siento ante el papel y escribo, las palabras me salen. No al estilo de la escritura automática. No, yo sé lo que quiero decir y lo digo. Y por eso mi angustia. Por no tener el don de la angustia del escritor, de saberme no escritor. 
Tengo que salir. Tengo que tomar un poco de aire, hablar con alguien, hablar de algo, de cualquier cosa, porque sé que no hablar de lo que me inquieta, de esto de la escritura, porque no los puedo expresar, solo pensarlo y quizá escribirlo o garabatearlo, no sale de otra forma. Voy a ir al bar a ver si encuentro a alguno de mis amigos, a ver si lo encuentro a Antonio o a Javier o a Mario. Quizá con ellos pueda hablar un poco de poesía o del río, al que nunca fui, al que siempre le esquivo, porque no sé nadar, ni pescar, ni navegar, pero al que conozco quizá mejor porque lo conozco a través de sus voces, de su representación. Mi río no tiene peligros, mas allá del peligro de no tener la experiencia directa, de mojarme la remera de un olazo o pincharme la pata con una raya o marcarme el brazo con las espinas de un tala. Ya quisiera yo escribir sobre el río, sobre los hornos de barro, sobre el fluir, y compararlo con el fluir del tiempo o sobre el volar de las aves y escribir metáforas sobre el alma que escapa de un cuerpo.
A veces yo les leo  Antonio, a Javier o a Mario algo que escribí, un poemas o unas frases o incluso un breve relato y ellos me escuchan con generosidad y se miran entre sí como preguntándose quién será el primero que se anime a decir algo o qué decir o qué comentar; quizá para no desalentarme, me dicen palabras afectuosas, me preguntan si me gustaría publicar, claro que me gustaría publicar, pero que no hubiera movida cultural, no tener que tener un estilo, una pose, una forma que me diferencie y por lo tanto me identifique. Me gustaría que mi libro estuviera en la librería, a la altura de los otros y que alguien lo tomara, lo hojeara y dijera: me gusta y le dijera a otro que le gusta y así, de boca en boca, se pasara la bola de que el libro es bueno y la gente lo leyera. No tener que ir a presentaciones, donde se expone a alguien que habla bien de nosotros y se venden los libros. No, simplemente que se difundiera, en librerías, en encuentro de personas, en lugares secretos. Porque así la gente lo leería si le gustara, por puro placer. No por la etiqueta o los antecedentes del autor.  Como una cata a ciegas.
Porque yo también vi el sauce, el tala y el curupí. La desdicha del placer efímero. También vi el dorado y el pejerrey y el rancho de adobe y el albardón y la espuma del agua y la arena y las ramas cayendo "acariciando el agua". Pero sé que verlas no es suficiente. No es solo ver, ni sentir un aliento de todo eso. No, es otra cosa, que no sé que es, no solo que no pudo expresar, no se. Cuando leo sus frases "acariciando el agua" siento que ellos realmente vieron y sintieron y sin embargo todos íbamos en el mismo bote, hacia el mismo lugar en el mismo tiempo. O quizá sea el tiempo, ellos viven en un tiempo desplazado, en la metáfora, que a mí no acude, o si acude no la puedo recibir. Por qué si había agua y había un pejerrey y todos estamos ahí la metáfora llegó a ellos y no a mí. 
En realidad voy poco al bar. No me gusta comunicar, además qué se puede comunicar. Las charlas giran siempre sobre lo mismo, la función fática de Benveniste.
Tengo que ordenar este caos. Como lo hizo el hombre primitivo a través de la magia. ¿Y si me quedara ciego? ¿Cómo haría para buscar la relación entre los autores, entre los temas que tratan o entre sus entonaciones? ¿Y si me golpeara la cabeza contra una ventana abierta subiendo una escalera? ¿Podría después de la fiebre escribir poesías? O si hubiera nacido en Santa Fe ¿estaría en condiciones de observar el río y las islas y los curupíes y decir algo de ellos, de representar su fluir con mis palabras?
Gerónimo me salvo dos veces. Una de las veces yo estaba recitando una poesía mía en un recital al que me habían invitado. No sé porque me habían invitado ya que yo no era un escritor (no me animo a decir poeta) conocido. Quizá porque querían contrastar mí escritura con la de ellos o quizá porque yo funcionaba como una cábala o quizá por un sincero interés de que yo mostrara lo mío o que simplemente comenzara a foguearme frente al público. Yo llevé tres poesías. Cuando estaba a la mitad de la primera me pareció que la entonación que estaba usando no era la correcta, que no le estaba dando el énfasis que ciertas palabras requerían, que la musicalidad que mi poesía debía expresar no estaba lo suficientemente expresada. Entonces me detuve y aclaré: que mal estoy leyendo. Al público esta disculpa le pasó desapercibida, pero a Gerónimo no. Gerónimo me dijo: autocrítica en el escenario nunca. Y esas palabras me hicieron comprender que lo que yo había escrito, antes que escritura, contenido, intensión, es espectáculo, es para ser mostrado, para impactar al otro y por lo tanto requiere de una puesta en escena. Y que esa puesta en escena está formada por gestos, voces, formas, disposiciones, pero sobre todo está formada por la convicción de que es espectáculo. Y el espectáculo para concretarse debe esconder algo, debe esconder la verdad. Que el público debe ver tu alma, pero que vos jamás debes mostrarla, solo representarla. Y al comprender eso comprendí también que yo jamás podrías lograr esa abstracción. Y caí en una profunda angustia. Y esa angustia me obligó a escribir más y más. Escribí cuadernos y cuadernos durante días y días de insomnio y mientras escribía me maravillaba de todo lo que podía escribir pero a la vez me angustiaba más porque sabía que eso era impublicable, improductivo, ya que era mi alma viva y no su representación.
Leo libros. No sé nada de autores. Admiro a los críticos que saben de autores y de libros y pueden charlar sobre la vida de este y de su influencia en lo que escribieron. Quizá ese saber los haga disfrutar más. Dicen que el que conoce disfruta más. Es un camino. Yo sigo otro. Yo imagino un mundo a partir de la lectura. Me imagino al tipo en su pieza, me imagino la pieza, la casa, la calle, me imagino su cara, sus amigos, los otros personajes, me digo eso me pasa a mi también, yo también pienso así y me dan ganas de escribir y dejo el libro sobre las piernas y miro el techo e imagino frases, las armo, las doy vuelta, trato de memorizarlas, a veces las escribo y con esa frase, esa imagen en la cabeza sigo leyendo y la lectura que iba por este camino ahora encuentra un sendero y se mete ahí y desemboca en un claro no al que el autor quiso llevarme sino adonde yo llegué. ¿Estará bien leer así? ¿Será  así como se lee? Si se lo comento a Mario, no pensará que soy un pelotudo (iba a poner badulaque porque esa palabra me fascina, la llevo desde que la leí en el Paturuzú, se la decía el coronel a Isidoro, es una palabra con resonancias de infancia además de ser por si sola una palabra con personalidad, de donde vendrá?) pero tengo miedo que Mario me critique porque uso términos que desentonan con lo anterior, o lo que es peor que no me lo diga a mí y se lo diga a Gerónimo y a los muchachos y yo nunca lo sepa y alguna vez cometa el error de usarla de nuevo. Si es que es un error. Sí es un error porque un escritor tiene que agradar a otros y no a sí mismo. No importa si a mí me gusta lo que escribo. Si quiero ser escritor tengo que agradar.
Yo se que alguien me va a querer.

Poemas (se respetan los títulos originales)

RETORNO A SAN NICOLÁS.

I

Subsumido por la sombra de un espanto que me aplaca, la idea es trasmitir lo que se siente al entrar a esa mole de cemento gris saturado (que alguna vez habrá estado de moda) que es la biblioteca de la Casa del Acuerdo. Un pasadizo a un pasado de la ciudad que en realidad nunca existió y que transfigurada irradia un antes pre industrial. Los rojos baldosones, una estampa y los libros de tapa blanca, imperceptibles, del Fondo Editorial que editaba Marta Bluhm, donde aún suenan la palabras de Verandi y de Canals.

II

El político es un hombre unidimensional.
Todo lo analiza desde su umbral.
En la mesa del Citex, donde los viejos dominantes aun discuten sobre la habilidad del Gato López, unas alumnas terminan un trabajo sobre murales.
Fotografiaron uno en la bajada Belgrano.
Me sorprendí. Hacía tiempo que no bajaba al río por la picada de Aguiar.
Fui. Y me encontré con la poesía del Yaguarón.
Me sorprendió la frase, una especie de elegía spineteana: “Y la luz trasciende”.
Me sorprendió que no haya dicho: “Pero, la luz trasciende”, como era de esperar.
Cansado de no ser de a poco las cosas se acomodan.
No tengo felicidad, tengo alegría que es la peor máscara de la felicidad.
Nunca crecí, siempre fui viejo.
Otro pinche tirano que se cruza por delante.
El aroma de los tilos de la plaza de noviembre calma las fieras.
Me faltan cuarenta veranos pa morir. No es nada.
Es merma.

III

Una ciudad lisita.
Hecha a mi medida.
Llana como la llanura
que habita.
Donde por fortuna hubo extranjeros.



IV

León Guruciaga baja a la costanera zigzagueante, retorcida, no queriendo dejar el centro del que participa levemente.
La recorre un camión con laterales de fenólico.
Están de moda.
Ya no se estila mas la madera dura que cubría los camiones que, en dos bancos laterales, llevaba los obreros a trabajar a Somisa.
Yo hice este barrio con mis propias manos. Cuando llegué acá este lugar estaba habitado por todo tipo de alimañas salidas del bañado.
Lo que debe estar el Cabotaje en esta tarde soleada mientras yo lo añoro desde la ciudad alguna vez soñada.
   
V

Una liebre brinca el campo con precaución desmedida (ya no hay quien lo transite, pues la soja alejó los peones).
La abruma una memoria de temores anteriores al acero y la fatiga.
Ya no hay racimos cuadriculando el horizonte.
Ya no hay fiestas en la campiña.
Ya no hay nada que temer, solo celo y codicia.

VI

En el barrio hay un cuchicheo, mataron a un hombre en plena calle. Dicen que tenía ideas políticas.
Dicen que tragó una píldora asesina.
Dicen que gritó que viva Perón.
El muerto era el vecino que le dio plata a la Carmencita para operar a la nena.
Nosotros seguimos jugando en la cortadita, todavía con la ráfaga en la mente, sin saber que habíamos conocido un valiente.

VII

La naturaleza, creación del hombre, fue domada alrededor de las nueve manzanas de una ciudad morosa, por italianos del norte que nos legaron el vino y el dialecto.
Atrás, arboles fantasmagóricos, producto de la niebla, anuncian el Arroyo del Medio. La tarde es una niebla difusa y el barro mandón, que suspende el equilibrio del caminante, se muere de progreso.

DESPUES DE LLOVIDO

El patio se puso más lindo.
Parece la sonrisa de algún Dios.
Estar triste, a veces, es una elección. Sin tristeza no hay poesía.
El preguntón de turno cree ver en eso poesía, pero no sabe expresarla.
El universo está llegando.
Dos calandrias lo aguardan, para irse a dormir al limonero.
Yo también aguardo, vaya a saber qué.

TRISTEZA
  
Le gustaba regodearse en la abundancia y la abundancia era tener un pollo más en la parrilla.
Admiro a los especialistas, a los que no se desvían. Antes los detestaba.
Lo que mejor hace es lo que menos le gusta hacer.
No es una persona triste, escribe cuando está triste.
Un supuesto futuro donde algo pasará. Pero este presente, ¿no es también el futuro de un deseado pasado promisorio?
Contemplar el día.
Ver cómo va pasando.
Nada más que eso.
  

BORRACHO MALEDUCADO.

Va vestido como un croto.
Sin voluntad de poder.
Goza la ropa gastada.
Siempre pensando en otra cosa.
La vida le queda cerca.
Le da asco tener todo el día la panza llena.
El estómago revela su ser.
No es la gastronomía (artificialidad)
sino la química la que lo une al cerebro.
Qué soportamos tragar. La gran metáfora.
No maneja términos técnicos.
Deambula sin método.
Dicen que le pegaba a su esposa y por eso sus hijos lo echaron a la calle. Hay que ver.
No se frustra. No tiene expectativas.
Quién puede vivir sin memoria.
Quien vive sin memoria está atado a lo tangible, lo visible. No poder recordar es no haber vivido.
Qué es lo que de su vida me inquieta.
Todo el día un papelito y un lápiz en la oreja, resabio de una vieja esclavitud.
Cómo sabe que le gusta algo: cuando le dan ganas de escribir.
Escribe todo el día en papeles que abandona. El otro día encontré uno. Decía: Quién puede vivir sin memoria.
Quien vive sin memoria está atado a lo tangible, lo visible. No poder recordar es no haber vivido. Donde nació ese odio a la gente. De la fealdad. Del desprecio. De la máquina.
En este plano nadie puede hablar, nadie habla. Solo el cuerpo habla. Pero ese decir no es prueba. No define nada. Y entonces todo así sigue. Hacia dónde.
Todo tendría que ser lindo y es feo.
Todo el día de uniforme: con ropa regalada no elegida.
Qué lindo debe ser tener un destino.

EL CÉSPED

Cuido el césped de mi patio.
Es lógico que lo haga: me costó dinero.
No es naturaleza pura.
Es un trasplante.
Una decoración.
No vale de por sí.
No da de comer a caballos.
Está ahí para ser contemplado.
E intentar sacar de él una enseñanza.
Pero qué podemos aprender del pasto.
Su razón es crecer.
Alimento de los rumiantes y el rounup.
Verde desesperanza.
Nunca pensé que matarlo fuera tan placentero.

EL OBRERO

I

Osmosis. Hay que tener cuidado con quien te cuida  porque se te pegan las personalidades y lo que es peor las ideologías.
Inseguridad. No saber qué. No tener gusto. Certeza de la duda. Nunca estar seguro del todo.
Qué buscar. Para qué salir.
Lo cotidiano no. Lo trascendente tampoco. El estómago se retuerce. La garganta se retuerce.  Qué palabras no decir. Eso te demora.
Todo sorprende, porque nada está anclado.
A lo lejos suena una milonga.
Mientras tanto el obrero sufre.
  
II
  
Mi don me alcanza para advertir lo nadie que soy.
Pero no como Sócrates, que fue tanto hasta el extremo de visualizar lo infinito. No. Yo de verdad soy nada. Va, un poquito más que nada. Una nada pero. Una nada que llega a comprender que es nada.
Ni siquiera la felicidad de no advertirlo. Nada, absolutamente nada.
Con qué te voy a seducir. Con asados, con vino. Yo tengo la percepción de mirada. Vos tenés la palabra, que me esquiva.

III

Bovinas ovinas sin pelo en el pecho.
Capataz incapaz pero locuaz.
Hojalata por lo menos que te lleve la muerte.
La balanza pesa un balancín.
Bovinas asesinas siembran cizaña en mi literatura.
La grúa garúa su guinche deseando como yo que se corte la linga.
Balanza mansa con la horizontalidad que la caracteriza.
El peón me alienta: "no te calentés",
creyendo que mi preocupación es el apuro de los camioneros.
Bovinas argentinas material de exportación
laminadas en frío sin aceitar Iram Ias.
La tijera se contorsiona al son del chiflón.
A eso yo llamo rock industrial.
El remito amarillito me tiene calentito
por esa desesperación de terminar e irme.
Por la ventana yo vi la debacle. 



HORNO DE BARRO (a los poetas nicoleños). 

Nacido en los andurriales postreros del límite del horizonte.
Donde la Pampa deja de ser llanura.
Consumió potencia de montes altivos.
Alquimia de trigo y animales.
Salgo a buscar los desperdicios que olvidaron los polleros en veredas equiláteras para alimentar tu ansia dantesca.
En tus fauces ardieron carnes ancestrales. El guazuncho araucano, el ñandú, los jabalíes.
Jeta de poncho.
Temple  guarecido.
Pariente del rescoldo.
Se puso lindo. Es viernes a la tarde. Salgo a buscar las tablas para encandecerte.


EMPANADA BOLIVIANA

No sos original.
Mezcla de camello, colonia y cuatro.
La papa sí. El locoto sí.
El charque, la harina, la grasa y la cebolla, también.
Pero la idea no.
Sos mestiza. Pero quién no lo es.
No sos original. Decíselo a los puristas.
Nada hay original. Menos los orígenes.