miércoles, 14 de febrero de 2018

El fuego que nunca se apaga

A fuerza de honestidad, talento y una incontrolable capacidad de trabajo, El Mudo (Carlos Fernando Vittaz) logró tejer una red de afectos que le permiten vivir enredado en esa madeja sin más esfuerzo que el de ser todos los días. Es mi amigo desde hace treinta y cinco años y lo he estado siguiendo por todos sus sueños toda la vida. La última parada fue el fin de semana pasado cuando, con mi familia, lo fuimos a visitar a su casa en el monte serrano de Río Ceballos, donde estaba con su hijo Feliciano. Un ritual sin nombre indica que debemos llegar con carne para asar y la provista necesaria para subsistir los días que estemos y dejarle comida para varios de sus días. Así que paramos en un supermercado en calle Brown, la puerta al paraíso, y nos proveímos. Llegamos a su casa después de subir una cuesta que primero es pavimento y después se transforma en monte e iniciamos, luego de los saludos, el ritual del fuego, la comida y la amistad sin estereotipos.







El Mudo construyó su casa con adobe y ramas de árboles. No solo es refugio fresco en verano y cálido en invierno sino que también es una obra de arte. Tiene energía eléctrica a través de paneles solares, con los que también se cargan los celulares y la notebook. La cocina es a gas, pero cuando la garrafa se termina se cocina a leña. No es un lugar alejado de la tecnología, los chicos jamás se alejan de ella. Sin embargo la vida en torno a esa casa de ensueño utiliza otro tipo de tecnología, seguramente más vinculada con el medio ambiente.










Al otro día nos levantamos temprano y nos encontramos con un paisaje conocido: el monte profundo, las cientos de plantas de las que desconocemos sus nombres y sus propiedades, los sonidos de múltiples aves y la inmensidad inalcanzable de algo etéreo que sabemos que flota en el aire pero no podemos abarcar. 



Fuimos a la casa de Gonza y Andrea, que vienen en el monte de Agua de Oro con sus cinco chicos en una descomunal libertad total. Andrea es la creadora de una red de intercambio de alimentos llamada "Orgánicos Si o Si" que en Córdoba tiene cientos de adherentes. Nos quedó grabada su explicación acerca del aceitado funcionamiento de la red, donde no solo se intercambia alimentos, sino también experiencias, afectos y dedicación al otro y fue tema de conversación la agilidad con la que amasó y cocinó un pan casero de harina integral y semillas mientras organizaba a sus hijos que intentaban apoderarse de la voluntad del monte y las visitas. Niños con un pensamiento lateral asombroso. 



Mudo y Feliciano 

Gonza y Andrea


Al mediodía fuimos a comer a la casa que Andrea está construyendo en el monte, en Agua de Oro, donde también tiene un almacén de alimentos orgánicos. El francés Allan, su esposa y sus hijos estaban cuando llegamos. Allan y Gonza cocinaron unos conejos al disco que comimos al fresco de la enramada. 
Ladrillos sin cocinar













Este es el almacén de productos orgánicos










Lugar sagrado de sanación espiritual

En el terreno hay otra casa, anterior a la que están construyendo y que funciona como alojamiento. Charlamos sobre la psicología de los gatos, del poder curativo del agua de mar, la durabilidad de las construcciones de adobe y piedra, los animales comestibles, la protección del monte ante el desmonte, los alimentos orgánicos y más. 








Gonza y Allan cocinando el conejo





A la tarde fuimos a la Radio Curva, donde El Mudo conduce el programa Potencia Comunitaria (lunes a viernes de 9 a 13) y Otro ensayo en La Curva (sábados de 19 a 22). Es una radio comunitaria montada en una casa construida de adobe en un barrio de Salsipuedes. La operación técnica de los programas la hace su hijo Feliciano. La radio se escucha por antena en las sierras chicas y en todo el mundo a través de una aplicación. Ese sábado, una de las entrevistadas fue Maricel Abdala, coordinadora del área turismo de la municipalidad de San Nicolás de los Arroyos, quien describió los circuitos, paseos y recorridos posibles de la histórica ciudad a orillas del Parana. 



Maricel y El Mudo

Al otro día desayunamos adentro porque se había puesto frío. Luego hicimos la instalación eléctrica para un nuevo sistema de iluminación. El rancho emitía tanta luz al monte que los vecinos venían a ver y alegrarse de la novedad. Festejamos con un guiso de lentejas que tuvimos que cocinar a leña porque se nos acabó la garrafa. Sin embargo, con o sin luz eléctrica, en el rancho de El Mudo el fuego no se apaga nunca.


Mingo, Mudo, Maricel, Feliciano y Francisco