lunes, 30 de noviembre de 2020

Santa Maradona



Cuando éramos chicos nos llenaba de felicidad sentir la llegada de fin de año porque sabíamos que Papá Noel iba a traernos un regalo. No siempre era el regalo esperado. Pero un regalo siempre llegaba. Muchas veces escuchamos a ciertas personas asegurar con firmeza que Papá Noel no existía, que eran nuestros padres quienes dejaban debajo del arbolito los regalos. Pero, a pesar de la autoridad que irradiaba esas personas tan “importantes", algunos desconfiábamos  de esta afirmación por una simple cuestión lógica: pensabamos, como harían los padres de los chicos pobres para comprarle un regalo a cada uno de sus hijos, que siempre son tantos y el dinero nunca alcanza. Ese solo dato, imaginar que un padre no podría hacer feliz a su hijo dándole un regalo, verificada por sí mismo la existencia indudable de Papá Noel; alguien tenía que encargarse de repartir felicidad, la vida no podía ser siempre tan ingrata. Es la misma función que, para las personas adultas, que ya dejaron de creer en fantasías, cumplen los ídolos populares. Seres comunes, investidos de un don especial, que están en el mundo para distribuir felicidad. Es la forma perfecta de la justicia humana, cada cual se sirve la porción de felicidad que desea. Y una vez los ídolos investidos de ese don ya ni siquiera deben esforzarse en sorprendernos con sus hazañas para lograrlo, ya que su sola presencia nos garantizan que seremos dichosos.  Eso fue Diego Armando Maradona, para los argentinos y para el mundo entero. Por eso, cuando me enteré de su muerte, aunque no soy futbolero, ni maradoniano, me puse un poco triste, porque siempre es triste despedir a alguien qué hizo feliz a muchos, sobre todo a aquellos que no tienen otra posibilidad de felicidad más que ver una pirueta futbolística bien lograda, una acrobacia que termina en el imposible milagro de un gol.  

Nunca lo vi jugar a Maradona, ya dije que el fútbol no me atrae.  Podría haberlo hecho. Podría haber ido a la cancha y sin entender absolutamente nada sobre la lógica de ese juego haber disfrutado de las hazañas de ese genio irrepetible, como quien disfruta de una música bien compuesta o un vino bien elaborado o un razonamiento perfectamente lógico. Pero no lo hice. Mientras él estaba jugando a la pelota y derrochando su don magistral yo estaba haciendo otras cosas, quizás para mi tan importantes como esa. Sin embargo ahora me arrepiento, debería haberlo visto sólo  para poder sentirme su contemporáneo, para poder agradecer haber vivido en el mismo tiempo que ese humano, demasiado humano.  Y no solo eso, sino, quizá lo más importante, para haber compartido la felicidad con quienes no tendrían otra oportunidad de encontrar la dicha  una vez que hubieran dejado la tribuna y se reencontraron con la dura e injusta vida que los esperaba afuera de la cancha.  

Mientras Diego vivía yo no pensaba todas estas cosas. Maradona era para mí ídolo de otros. Mientras la masa popular disfrutaba sus hazañas yo pensaba que había cosas más “importantes" de las que disfrutar. Sin embargo ahora, una vez muerto, evocar a Maradona me conecta con esa sustancia mágica  y misteriosa que nos devuelven los muertos. Escuché en estos días a personas que hablaron mal de Maradona por los hechos de su vida privada. Es cierto que las ídolos populares no tienen vida privada y es cierto también que él no jugaba a la pelota sólo con sus pies sino que jugaba con toda su historia de carencias, con su pobreza, con sus problemas físicos, con su empecinamiento,  con su tozudez, con su adicción. Y a veces es difícil separar al hombre real del héroe imaginario. Ahora, que somos grandes, sabemos que no todo el que anda disfrazado con un traje rojo, una barba blanca y una bolsa de juguetes es Papá Noel. El vive en un lugar misterioso, el lugar encantado  donde se producen todas las alquimias qué hacen, para muchos, soportable esta vida. Es el lugar de donde salen los milagros. Maradona no murió, simplemente volvió a su lugar.

domingo, 25 de octubre de 2020

Crímenes de frontera

Escribí esta nota a pedido de Pablo Makovsky para Revista Rea




Es un tema de conversación recurrente entre los nicoleños preguntarse a quién le tocará la próxima. Si creyéramos en las estadísticas deberíamos estar tranquilos. No es posible que en una ciudad relativamente chica (160.000 habitantes) ocurran tantos hechos extraños, escabrosos, de una demencia macabra. Sin embargo, una y otra vez, el oscuro ritual vuelve a producirse. La semana pasada sucedió otra vez. El cuerpo de Juan Donato, un quintero campechano, querido por todos, fue asesinado de la manera brutal con la que suelen actuar esos locos de las series. El asesino fue hallado al otro día en la casa de su padre. Su historia no es lo que se dice una historia común y corriente. Es un pibe de 26 años con antecedentes policiales y, según su padre, con problemas psiquiátricos. Había ingresado a la escuela de policía, pero fue expulsado por mala conducta. En los últimos años fue detenido varias veces sospechado de cometer delitos. La última detención fue el 22 de agosto pasado, cuando los vecinos lo denunciaron por ofrecerle caramelos a una nena de nueve años, quizá con intenciones de abusarla. Por ese hecho los vecinos le quemaron la casa. Dos meses después, el sábado último, algo lo poseyó de tal modo que asesinó al pobre Donato, mutiló su cuerpo y le extrajo las vísceras, entre otras cosas indescriptibles.

El de Donato es el último de una larga lista de crímenes que sucedieron en San Nicolás, ciudad en la que se acumulan sucesos que, a falta de una explicación que los definan, llamaremos “raros”. Porque crímenes, asesinatos y hechos espantosos suceden en cualquier parte, pero la mayoría de las veces podemos adivinar en su espanto su naturaleza fatídica. Vamos con nuestra extraña estadística.

Ayer nomás

Esto sucedió entre 2016 y 2017:

Un tipo asesinó a su madre, hirió a su esposa y a su hija y le prendió fuego a la casa, que no llegó a incendiarse gracias a la intervención de un vecino, que también resultó herido. El femicida se llamaba Mesías.

En la isla frente a la ciudad, un joven asesinó a su amigo de un escopetazo, quemó el cuerpo, lo descuartizó, enterró algunas partes y otras las escondió en los pastizales. Se fue a dormir, pero al otro día, de regreso, se entregó a la policía: dijo que no se acordaba de nada, y que había sido un accidente.

Un hombre aseguró que San La Muerte le pedía un sacrificio humano. Fue a buscar a su víctima pero no la encontró y asesinó a otro en su lugar.

Un policía violó a una chica con retraso madurativo dentro de un patrullero.

Dos menores incendiaron la Iglesia Catedral por pura diversión.

Dos pibes rompieron y se llevaron la estatua que homenajea al futbolista Enrique Omar Sívori, el deportista más importante que tuvo la ciudad y acaso el país. Los detuvieron por las fotos que se sacaron con los restos de la estatua y distribuyeron por las redes sociales.

Claro que el listado no se agota en el lapso reseñado.

Con sangre en la pared

En 2005, un hombre mató a un conocido empresario de la noche nicoleña de un balazo y asesinó a martillazos a su concubina. Agonizante, la víctima escribió el nombre de su asesino en la pared con su propia sangre.

En 2010 un hombre asesinó a martillazos a su madre e intentó suicidarse ingiriendo pastillas. Cuando llegó la policía los encontró tomados de la mano.

En 2011 un hombre violó y asesinó a su sobrina nieta. Años antes había matado de la misma forma a otra menor de doce años. Este último femicidio quedó impune hasta que la justicia pudo conectar los dos casos. Cuando la policía lo detuvo, el tipo estaba rezando en una iglesia de Luján.

En 2012 tres pibes robaron las coronas de las imágenes de la Virgen y el Niño del Santuario de María del Rosario de San Nicolás. La virgen había sido entronizada, años antes, en una ceremonia multitudinaria y las coronas (de plata y piedras preciosas) habían sido confeccionadas por el destacado orfebre Juan Carlos Pallarols. Nunca se encontraron. Hoy la imagen de la virgen se expone detrás de un vidrio blindado.

El 2014 fue un año repleto de hechos macabros. En febrero una mujer, su hermano y su amante mataron al concubino de ella y lo enterraron en un aljibe. El cuerpo fue encontrado tres meses después. En septiembre, un hombre fue asesinado de un balazo en la cabeza por su hijo y su sobrino, ambos de diecinueve años. Luego de matarlo lo ataron, lo envolvieron en una frazada y lo dejaron sobre la cama. En diciembre, una mujer y su amante mataron al dueño de un supermercado chino, lo subieron a una camioneta y lo tiraron al rio.

En 2016 mataron y degollaron a una chica de dieciocho años y abandonaron el cuerpo mutilado en un descampado. El cadáver no tenía signos de abuso sexual. Por el femicidio están detenidos un hombre y su hijo.

Titulares

Los medios de comunicación nacionales se ocuparon varias veces de San Nicolás a través de los años.

En 1991, un muchacho disparó contra Raúl Alfonsín cuando el expresidente daba un discurso en un acto preparado en la calle, frente al comité radical que está en pleno centro nicoleño. El disparo no salió y Alfonsín salvó su vida de milagro.

Poco después, en 1998, San Nicolás tuvo al mundo en vilo cuando Cristian Quiroz, un niño de 5 años, se cayó en un viejo y mal tapado pozo de agua y, durante días, el rescate fallido se transmitió en vivo por canales de televisión de todo el planeta.

Pero quizá uno de los crímenes más macabros, que también cubrió la prensa nacional, lo protagonizo José Antonio Goiburu. Mientras era intendente de la ciudad, en 1897, asesinó y ocultó en el fondo de su casa a la viuda Josefa Gorrochategui de Aguirre. Goiburu era administrador de sus bienes. Los diarios de todo el país se ocuparon largamente del tema.

Unos dieciséis años antes, en 1881, San Nicolás estuvo en boca de todos por ser el escenario de Hormiga Negra, que derivó en una de las novelas más populares de Eduardo Gutiérrez y narra la vida del gaucho nicoleño encarcelado por Ramón Castillo, entonces juez y luego presidente de la República, por un crimen que no cometió

Cada nicoleño tiene una hipótesis sobre los motivos de las muertes violentas que descubren episodios inextricables, o las catástrofes y las tragedias que vienen a suceder en ese territorio delimitado por el Paraná, los arroyos Ramallo y Del Medio y el partido de Pergamino al oeste. Las explicaciones sondean rencillas, odios, tormentos e incurren también en pactos celebradas con fuerzas sobrenaturales. No faltaron quienes agregaron a sus narrativas elementos literarios: quizás seamos como Derry, dicen algunos, y también tengamos oculto nuestra versión del payaso It, de la novela de Stephen King.

La ciudad, cuya historia se remonta al período colonial, las guerras nacionales y las confrontaciones políticas del pasado reciente, se luce en la prensa nacional por las desgracias de sus habitantes.

Desde 1995, cuando el juzgado federal tomó a su cargo la investigación por la muerte del hijo del entonces presidente Carlos Menem (ocurrida a pocos kilómetros de la ciudad), y era constante la presencia en el juzgado de su ex esposa Zulema Yoma y de periodistas de todos los medios nacionales, el canal de noticias TN colocó un corresponsal permanente en la ciudad, quien aún persiste.

Desde su nacimiento, San Nicolás fue el cauce de situaciones inesperadas. Ser ciudad de frontera nos posicionó como escenario de hechos que levantan a cualquiera de la siesta.

Frente a la costa nicoleña se produjo el primer combate naval argentino, el 2 de marzo de 1811. Tres barquitos al mando de Juan Bautista Azopardo intentaron, sin suerte, impedir la navegación por el Paraná de los españoles que pretendían recuperar la colonia perdida después del 25 de mayo de 1810. Lo extraño no es tanto el suceso en sí, sino que la Armada argentina no reconoce a este hecho como su acta fundacional (quizá porque Azopardo, un corsario maltés que luchaba contra la corona de España, perdió y fue condenado a la cárcel), sino a la defensa de Buenos Aires que tres años después realizó Guillermo Brown.

En 1812, ciento cincuenta marineros españoles saquearon la ciudad. Se llevaron todos los bienes que pudieron, destruyeron viviendas y asesinaron al párroco Miguel Escudero.

Cuarenta años después de este hecho, Justo José de Urquiza nos legó para siempre el mote de “Ciudad del Acuerdo“ (en 1852, se reunieron los gobernadores para acordar la redacción de la Constitución de 1853). Nueve años más tarde, Bartolomé Mitre, luego de vencer a Urquiza en la batalla de Pavón, vino a San Nicolás a pensar la nueva Nación argentina y, como legado, le puso ese nombre, “De la Nación“, a nuestra calle principal, la única que lleva ese nombre en todo el país.

Pasaron catorce años y, en 1875, Don Bosco aceptó la invitación del político nicoleño José Benítez, que se carteaba con el sacerdote en latín, para enviar su primera misión a América y fundar el primer colegio salesiano fuera de Italia. Unos años antes, inmigrantes europeos (sobre todo genoveses) dieron forma a la proeza vitivinícola más grande del país fuera de la cordillera, que sobrevivió durante cien años.

Ya es el siglo XX: durante su primer mandato, el presidente Juan Domingo Perón, a instancias de otro político nicoleño, Román Subiza, designó a San Nicolás para convertirla en depositaria y símbolo de la Industrial Nacional. En 1961 se inauguró Somisa, la acería más grande del país (en realidad, por razones estratégicas, está geográficamente en Ramallo, pero los autores intelectuales del plan fueron nicoleños). Somisa atrajo una enorme inmigración interior que en diez años triplicó su población. Treinta años más tarde el modelo neoliberal de la década de 1990 vino para suplantar ese proyecto estatal y privatizó la fábrica, dejando diez mil personas sin empleo (casi como un presagio, el documentalista estadounidense Michael Moore había contado, dos años antes, una historia similar en la película Roger & Me).

En la década del 70 los nicoleños Enrique Gorriarán Merlo y Benito Urteaga, junto a otros dirigentes políticos, crearon el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Esas reuniones fundacionales se realizaban en la isla de Lechiguanas, frente a San Nicolás.

En 1983 la Virgen María del Rosario se le apareció a la humilde devota Gladis Motta y le pidió que construyera un santuario a orillas del Paraná. De esta forma la ciudad se convirtió en uno de los centros de peregrinaje religioso más grande del mundo.

Tampoco hay muchas ciudades que tengan su propia leyenda. Desde tiempos que se pierden en el recuerdo los nicoleños cuentan la leyenda del Yaguarón, un animal mitológico que vive en el arroyo del mismo nombre (arroyo que nace y muere en territorio nicoleño) y que cada tanto se cobra la vida de quien camina desprevenido por la orilla de la barranca. La leyenda, como si tuviera vida propia, cada tanto se encarna en canciones, obras de teatro, audiovisuales, proyectos escolares y nombres de comercios, y así permanece vigente.

Acaso la condición fronteriza de San Nicolás (el arroyo Del Medio separa la provincia de Buenos Aires de la de Santa Fe) ejerce una influencia macabra, una suerte de Aleph al revés en el que el espectador –el de la ficción de Borges, el testigo de ese punto del universo que conecta todos los tiempos y los lugares– percibe los efectos siniestros que se concentran en un sitio único. Nadie sabe con exactitud cuál de todos los hechos mencionados es causa o consecuencia en una vasta red de sucesos insólitos.

Las proezas, los milagros y las dotes históricas de San Nicolás se diluyen con frecuencia en el morbo de sus crímenes, mientras los nicoleños se preguntan, ¿a quién le tocará la próxima?

jueves, 22 de octubre de 2020

Vengo de parte del fulano aquel

Vengo de parte del fulano aquel
Durante un poco más de un año miré la ciudad de San Nicolás de los Arroyos, donde nací y me crié, a través del lente de la cámara de fotos de mi smartphone. Una mirada particular, un punto de vista, uno más entre muchos. Invité a otro grupo de nicoleños –nacidos o criados, con los cuales comparto su modo de observar el entorno y ponerlo en palabras– a que eligieran una de esas fotografías y escribieran el texto que les sugiriera. El resultado fue una mirada a trasluz, donde cada uno vive en el texto y a través suyo se recrea la ciudad, real o imaginada.
Así llegamos a estos “epígrafes" de escenas nicoleñas. San Nicolás se multiplicó con su inmigración y sus emigrados. Algunos de ellos vuelven en estas páginas para ensayar una mirada de la ciudad. Una ciudad es una esquina, donde confluyen múltiples narraciones. Escribimos sobre lo que ya no está y así toda ciudad se construye sobre las huellas de su propio pasado. Solo la narración la devuelve al presente. Seríamos ingenuos (o falaces) si creyéramos que estos relatos reconstruyen una determinada ciudad. Sería mejor pensar que hay muchas ciudades en una y todas están hechas con los olvidos que los relatos no expresan.

El libro fue editado en formato epub y es la lectura recomendada.
También está en pdf (sin embargo vale la pena hacer el esfuerzo por leerlo en epub)

martes, 24 de septiembre de 2019

Susana, de El Buen Libro

El Buen Libro nació como librería y de a poco se fue convirtiendo en el imán cultural de la ciudad. A los libros se le fue sumando un espacio donde se dictan talleres de temas tan diversos como pintura o tarot, un patio con techo de perfumadas glicinas y piso de ladrillos donde los autores presentan sus libros, el café “El Entenado” y siempre algo nuevo más. También es el lugar de encuentro de la gente que se junta a charlar, porque si algo diferencia a El Buen Libro de otras librerías de la ciudad es que siempre hay alguien para charlar, de política, de cultura, de libros, de la ciudad. El núcleo donde orbita toda esta diletancia es la lectura. Su dueña (Susana Tapias o Ippólito, ya veremos) siente que tiene una misión, fomentar la lectura, sobre todo de novelas porque, como ella dice, ahí está encerrado el conocimiento. Por eso, a quien no le alcanza la plata ose muestra dudoso, ella le presta el libro “y si te gusta me lo pagás y si no te llevás otro”. Y lo viene logrando desde hace cincuenta años.




Voy a comenzar con una pregunta insignificante. ¿Por qué te hacés llamar alternativamente Susana Tapias y Susana Ippólito?

Susana Tapias es mi nombre artístico,cuando pinto, pero para el mundo comercial tengo que llamarme Susana Ippólito; para las editoriales, para el banco, para los señores de la Federación (de Comercio) es mi nombre de verdad. Pero mi nombre “verdadero” es Susana del Buen Libro, porque yo vivo de, por y para El Buen Libro, me casé con El Buen Libro, no hay otro señor que me mantenga.

Susana nació en San Nicolás, pero su destino de nicoleña se retrasó veinte años. Apenas nacida a su papá lo trasladaron a Colón, provincia de Santa Fe y ahí la llevaron, a pasar la infancia y la adolescencia en una ciudad sin librerías.

“Por eso yo venía San Nicolás a comprar libros, a librería Bomon (me llevaba pilas para aguantar un tiempo),o me regalaban libros o la biblioteca pública de Colón, pero siempre leí. Aprendía a leer antes de ir a la escuela. Yo digo que en ese tiempo vivía en pausa. Hay una novela muy buena que se llama En la pausa, bueno yo vivía en la pausa hasta que me volví a San Nicolás. Cuando venía a San Nicolás iba a lo de Félix Albarracín, que tenía la galería de arte Monsegur, en Nación 122, y cuando abrió El Buen Libro, al lado, entré un día y después me casé con el señor.

¿Cómo fue que aprendiste a leer antes de ir a la escuela?

No sé. Me ponían el diario. Los chicos son curiosos.Los chicos tienen ansiedad por aprender a leer, yo creo que todavía es así.

¿Y no colaboró el hecho de que tenías pocos amigos?

No. Yo creo que al revés, que porque como yo leía y nada más…y si, salía, pero para cosas raras para un pueblo, porque Colón tenía nada más que una biblioteca pública, un cine, un grupo de teatro vocacional y un profesor de guitarra, que a su vez era el profesor de literatura, que me enseñó El Quijote y el Martín Fierro, estuvimos todo un año con cada uno, un señor especializado en eso, para mí una maravilla, pero bueno.

¿Un poco como la película El Ciudadano Ilustre?

Ah, ¿si? No veo esas películas. No hablemos de eso.

¿En qué edades viviste en pausa?

Desde que nací hasta el 69, hasta los 21 años, que fue cuando volvía San Nicolás. Pero yo tenía toda mi familia acá y venía a pasar los veranos en la casa de mis abuelos. Salía con mis tías más grandes, mis amigos son muchísimo más grandes porque mis tías eran más grandes o sea que siempre tuve una relación muy estrecha con San Nicolás. Yo prácticamente no tenía amigos en Colón porque cuando podía,desde muy chica, me venía acá o me iba Buenos Aires a ver exposiciones o teatro.

¿Por qué te venís a vivir  a San Nicolás?

Porque me casé con el señor de la librería.

¿De quién era la librería?

De los hermanos Marcelino y Carlos Tapia.  Estaba en Nación 124.La librería empezó en el 64 y yo llegué en el 69. Una librería con papelería, como deben ser todas las librerías en todos los pueblos en una época.  Uno se mantenía con las cosas de la escuela.Y libros escolares, se hacían colas hasta la esquina porque éramos prácticamente los únicos. Yo me acuerdo que una vez tuvimos que salir con el auto a traer un pedido de la editorial Kapeluz, porque no nos mandaban los pedidos y los chicos llevaban un manual y un libro de lectura, todos los grados, todos niños. Yo me acuerdo la primera edición de La casa verde, que lo había pedido la señora de Ocáriz, la mamá de Joaquín, leía todo lo latinoamericano que saliera, fíjate que adelanto en la época que había poquísimo, antes del Boom. Los libros antes no tenían tapas tan deslumbrantes, uno tenía que mirar un poco más, ahora uno sabe por la tapa y por la editorial, es facilísimo ahora. En esa época, con la gente de Somisa, se vendían muchas revistas extranjeras, revistas de moda, las Burdas, revistas importadas, revistas en alemán, porque había comunidades alemanas grandes. Pero a mí me interesaban los libros y la literatura y cuando yo me separé de ese señor me quedé con la librería, como correspondía. Después, con el tiempo me di cuenta que me casé con la librería. En un momento me di cuenta que yo vendía más libros que papelería, porque al principio todos los niños llevaban cajas familiares de hojas pero después compraban una hoja sueltan el kiosco. El libro no tiene IVA, es mucho más fácil, además tiene un precio fijo, un descuento fijo y no tenés problema de competencia, lo que sí tenés que estar atenta a tener la mayor cantidad de libros. Entonces dejé la papelería y fue la primera librería con solo libros, que era lo que a mí me interesaba en realidad y además de libros, la literatura de verdad, porque bueno, uno tiene los grandes grupos editoriales, que es con lo que vive, porque tienen la propaganda puesta ya en el precio, pero hay muchísimas editoriales independientes, chicas, que editan libros muy buenos. Yo creo que la buena literatura nacional en este momento está en las editoriales independientes y muchísimo más barato que las grandes editoriales.

Y tu librería está especializada en esas editoriales.

Si. Blatt& Ríos, que casualmente el jefe de comercialización es nicoleño, Enrique Bellande, Mar Dulce, Caja Negra, La Bestia Equilátera, Mansalva, de Francisco Gramona, que nació en San Nicolás, Ediciones en Danza, que es especializada en poesía.  Porque eso es lo otro, están muy especializadas. La Bestia Equilátera tiene mucha traducción buena de cosas clásicas que acá no se conseguían porque no había ediciones. Factótum, Tren en Movimiento, muchísimas. Y tratamos de tener, no todo, porque ellos también tienen problemas con distribución, porque la distribución es muy cara, no pueden llegar, se destruye bien en Buenos Aires entonces eligen librerías y como yo tengo una hija viviendo en Buenos Aires, que me acerca esos libros y a veces he ido a los departamentos de los autores a buscar los libros, porque es lo que me interesa, y han venido a mi casa también autores.

¿A todo ese esfuerzo que vos hacés, responden los lectores, tenés clientes de esas editoriales?

Sí. Aunque a veces llegan los libros y yo los escondo.  Porque somos tres o cuatro que leemos las mismas cosas y nos peleamos, porque eso es otro problema, están mandando muy pocos libros, están editando mucho menos, por ahí te mandan veinte de un gran Best Seller, que a mí no sé si me interesa y dos de las cosas más literarias. Y a pesar de que yo soy considerada una librera literaria, porque recibo cosas diferentes que por ahí las librerías comunes no reciben.Y lectores… bueno cuesta, pero a mí me interesa fomentar este tipo de lectores, a pesar de que uno vive con los otros, porque  venden los señores que van a la televisión. Yo a veces digo ¿por qué compran los libros de periodistas que lo vieron en la televisión?  Porque la televisión es tan explícita que no se guardan nada, pero pienso, bueno, a lo mejor quieren tenerlo en papel y releerlo, entonces esos libros se siguen vendiendo. Y está la cuestión de la fama que te da la televisión también.


Hay muchos libros que Susana expone en los estantes de la librería que no están a la venta. Se le adivina cierto orgullo cuando ante la pregunta de algún cliente ella responde: “Ah, no, ese libro no se vende”. Son libros de editoriales chicas, que compra para tenerlos, pero que no están en su biblioteca personal sino a la vista de todos.  O quizá  la librería sea su biblioteca personal. 
Susana tiene un truco ante clientes primerizos o indecisos. No creo que sea muy consciente de que eso genere un efecto de marketing. Cuando alguien ingresa por primera vez a la librería y empieza a hojear un libro que le interesa, ella se lo presta para que se lo lleve y lo lea y si le gusta después pase y se lo paga.

Soy bibliotecaria además. Tengo alma de bibliotecaria. Me parece que un libro hay que leerlo. Me dicen recomendame un libro o un libro para regalar. Vos no podés regalar un libro que te guste a vos, sino a la persona a la que le vas a regalar. Si llegara a recomendar los libros que yo leo poca gente volvería a la librería. Si, leelo si no te gusta me lo devolvés y si te gusta me lo pagas,  que es lo hace la gente, todo el mundo lo paga. No me gusta la venta compulsiva tampoco, no te voy a decir que es buenísimo, salvo que yo sepa quién es, porque hay gente que sé muy bien lo que lee, es más, llega un libro y digo esto es para fulanito o menganito y le avisó. Lo mismo que los niños, que vayan ellos a elegir, que no vaya la madrea comprar lo que a ella le gustaba cuando era chica, porque el chico tiene otro lenguaje, otra época, lee otras cosas. La lectura es placer, totalmente placer. Lo mismo que cuando me dicen que no tienen tiempo para leer.  Mentiras. Un señor tiene tiempo para la familia, por el trabajo, para lo que sea, eso es el tiempo de placer y la lectura es tiempo de placer. Entonces, me parece que prestar los libros es una manera de acercarlo al lector, sobre todo si no lee. Y la otra es no atender al cliente. Yo los dejo que miren, el estante abierto es lo que atrae. A lo mejor viene a buscar un libro que no está y hay quince iguales o se entusiasma con otra cosa y dejan ese y se llevan el otro. Yo muchas veces le digo,si leíste veinte páginas y no te gusta, cambialo, no podés leer un libro que no te gusta solo porque lo compraste. Yo difícilmente me equivoco con las recomendaciones.Cuando recomiendo después llamo y pregunto ¿te gustó?¿qué te pareció? porque me sirve para la próxima venta también. Mi librería es bastante personalizada,que es lo que no tienen otras. Me dicen, qué lindo que esa Gran Splendid, que es una cadena una librería maravillosa,  pero tienen el grave problema de que no tienen libreros, van a las máquinas y los chicos no te saben ni recomendar ni encontrar libros. Creo que resurgieron de nuevo las librerías chicas con libreros. Y la otra cosa es los lectores. Tengo a mi empleada que es mi compañera de trabajo, que lee mucho, y a míme ayuda, porque lee otras cosas que lo mejor yo no leo. Cuando entré a la librería, tenía lectores, porque yo no podía leer todo lo que llegaba. Uno era el gordo Tissera, el papá de Javier,que le daba todo lo político, después él me comentaba o me decía a quién se lo podía vender o el mismo lo recomendaba,porque el libro es mucho de boca a boca. Fui la que más vendí en la Argentina el libro Mi tío Atahualpa, un libro de Siglo XXI, de un brasileño,Paulo de Carvalho Neto, que realmente contaba cosas desopilantes, ahora por cierto hay otras libros así, pero fue uno de los primeros y yo lo recomendaba y esa gente lo recomendaba y se hizo como un boom de ese libro. Ahora uno que yo vendo mucho, y mi empleada también, es Rabia de Sergio Bizzio, porque es nuestro, es de Ramallo pero venía a comprar los libros a la librería y venía a la escuela secundaria al colegio Nacional, pero además porque tiene una forma de narrar, vos sabes que él hace guiones para televisión, entonces engancha mucho a la gente. Yo hice como una encuesta y un solo señor me dijo “es un poquito televisivo”, todos los demás grandes, jóvenes, chicos, hombres, mujeres, viejos, todo el mundo le gustó ese libro, te atrapa y no lo dejas de leer.

El Buen Libro, aparte de ser una librería es un centro cultural. 

Sí, yo además trató de ser un centro de información, una cartelera cultural de lo que ocurre acá. Dejo que usen la vidriera para eso, porque yo creo que la librería tiene que cumplir una función social, no es vender chorizos. Porque es eso, es formar lectores. Por ejemplo, libros de chicos yo tengo mucho, porque yo cuido a mi lector y el lector que lee buenas cosas de chico, bien ilustradas, con buenos autores, autores nacionales, no con malas traducciones españolas, de grande va a ser un buen lector. Hay un problema con los libros para chicos y es que son los mismos autores y los mismos ilustradores en todas las editoriales, entonces es un libro sin identidad. Por eso prefiero editoriales chicas, buenas, con buenos autores nacionales, aunque a veces venda menos o al chico le llamen menos la atención. También está el libro grande, porque es un libro diferente. Hay padres especiales que regalan esos libros, muy bien ilustrados, aunque sean un poco más caros, el libro objeto por ejemplo.

Volviendo al tema este del espacio cultural,¿desde el principio abriste estos espacios?

Nosotros nos mudamos con el Golpe  del 76 a calle Mitre 280. Había que mudarse en marzo, por una cuestión de comienzo de clases.Recuerdo que una noche estaba bajando la persiana y escuché a unos señores que hablaban y decían esta noche es el Golpe, una cosa tristísima. Bueno, en esa casa había un garaje y yo lo abrí y puse unas cortinas y empecé a hacer muestras de pintores amigos, de todos lados, nosotros le pagábamos los catálogos, los viajes, por ahí vendían y por ahí no, no me interesaba tanto eso, pero eran pintores nuevos que no tenían espacio para exponer, yo creo que ahí empezó la apertura de la librería a otras actividades. Y después la otra fue en el 2001, el otro desastre.Yo tenía un espacio arriba y pensé la gente tiene que trabajar y lo habilité,pero no por una ganancia para mí,con lo que ingresa se mantiene ese espacio.Hay talleres de lo que quieran, yo no puedo juzgar si son buenos o malos. Tratos de que los talleres de plástica para niños sean cuidados, después no soy quién para decir son buenos o malos, cosas que no entiendo, porque hay de todo, hay yoga, yo doy el de plástica, hay un taller de lectura y escritura, hay un grupo de lectura que se junta en la librería al mediodía a leer solamente, hubo clases de japonés durante cinco o seis años, tarotistas vinieron siempre, cursos de reiki.

Vos tenés una relación con el indigenismo, lo alternativo, lo americano. Muchos te apodan “La india”. ¿De dónde viene eso?

Soy americana. Ese es un problema de la cultura etnocéntrica y occidental, que tenemos todo separadito, la ciencia, la religión. En América tenemos todo mezclado por suerte. Entonces,el gran señor, el cacique, el amauta tenía el conocimiento, también sabía de astrología y podía dirigir las cosechas y eso estaba todo junto. Entonces a mí no me gustan las separaciones, no me gusta nada que sea autoritario ni etnocéntrico. Me dicen que yo me pierdo de autores porque no leo traducciones, pero a mí no me gusta la cosa que viene masticada, no me gusta cuando se clasificó de Boom literario desde Europa, porque fue no entendernos, porque cuando pusieron esto de realismo mágico García Márquez dijo, para nosotros es realismo, porque esas cosas ocurren en América, él lo escribió muy bien y lo ponía muy florido, pero son cosas que ocurren todos los días, es mágico para el otro que lo ve,porque necesita ponerle un rotulo, porque es diferente. Cuando en Garabonbo el invisible una comunidad hace con todo esfuerzo una escuela y vienen el otro día y la escuela está desarmada y la hacen de nuevo y la hacen de nuevo, eso ocurre, no es ningún realismo mágico y no es magia, la gente se junta y la vuelve a levantar, es un poco la resistencia americana. Acá no tenemos Realismo Mágico,lo que hay son malos imitadores de García Márquez, pero en nuestra literatura está el ensayo, yo creo que en la ficción argentina está el ensayo, el pensamiento está en la ficción. Hay quien me dice, yo no leo novelas, leo libros de historia. Hay que ver. Yo no te digo la novela fabricada por chorizo, que se la escribe otro señor, o cinco títulos iguales del indio terrible, buen mozo, que viene y se roba una blanca, no estoy hablando de eso, estoy hablando de la verdadera novela escrita con muchísimo conocimiento, con muchísimo pensamiento. Saer, su novela es puro pensamiento y es pura idea y vos la lees como una novela, que eso es lo interesante, vos estás leyendo ficción, es novela, pero ahí tienes el pensamiento nuestro. Así que no hay que desprestigiar la novela.

Ya que nombraste a Saer, tiene una novela que se llama El Entenado, que es el nombre que le pusiste a un cafecito que tenés en la librería. Existe una especie de cofradía de clientes que comparten la devoción por Ser. 

Si. El café se llama así, un poco porque son mis entenados, porque están ahí, no pagan nada y hacen el café y que hagan lo que quieran, y otro poco porque es un homenaje a la literatura nacional. Para mí el canon literario es Saer, Piglia y espero que sea Martín Kohan.

A Borges no lo pusiste.

No. A ver. Borges es un maravilloso escritor de cuentos que la izquierda muchas veces nos hacían perder de leerlo por un prejuicio. Y lo mismo que Cortázar, a la gente que ha hecho escuela hay que matarlos para poder seguir escribiendo.

Y Saer es muy parecido a nosotros, habla un idioma muy similar.

Saer nunca se fue de esas cuatro calles de Santa Fe. Nunca, aunque viviera en Paris. Y hablando de eso los nuevos escritores están viniendo todos del interior, Mariano Quirós, Selva Almada. Un día le dije a Selva “no te contagies de Buenos Aires”y me dice “hace diez años que vivo en Buenos Aires”. O sea que siguió escribiendo con su cabeza en Entre Ríos.



Muchos de esos escritores presentan sus libros en tu librería.

Por suerte sí.Bueno en la época en que yo todavía no estaba en la librería vino Jauretche,  después Di Tella, que me relacione porque él venía a hacer un trabajo acá y me dio una tarjeta y yo le pregunté ¿usted es usted? Si, me dijo ¿querés que vengan a presentar los libros? y nos hicimos amigos y yo lo llamaba y él me aconsejaba de muchísimas cosas.

Las presentaciones de libros en tu librería son muy particulares.

Si, y si los autores son de afuera después nos quedamos a comer y ahí nos hacemos más amigos, así vino Federico Jeanmaire, vino Pablo Ramos, una vez vino Magrassi y alguien me dijo, si yo sabía que venía Magrassi venía a tu muestra.

Quisiera destacar esto: la librería es como una especie de centro cultural de San Nicolás aunque vos no lo presentás de esa forma. 

Sí, porque es un lugar de encuentro, mucha gente va a encontrarse.

Mucha gente va a nada. Entrás y siempre hay alguien para charlar.

Si y mucha gente que vive lejos y me deja cosas para que otro las pasa buscar.Eso es de todos los días.

Eso es muy de pueblo.

Si, es como salir a la calle y encontrarte con quien vos querés hablar, porque en realidad son las cinco cuadras en las que salimos y seguro nos encontramos.

¿Cómo te llevás con las nuevas tecnologías, el e-book, las pantallas?

Yo defiendo la literatura, no me importa el soporte. Sí me importa el libro, porque para mí el libro en papel es como cuando salió la televisión y no iba a haber más cine, es mentira, el libro va a seguir existiendo y en papel.Hay muchos pibes que, lamentablemente ahora no pueden comprar tanto, pero los chicos han vuelto al libro en papel.

¿Pensás ponerte a vender por internet?

No sé si me interesa. A mí me gusta mucho la personalización. A ver. Yo he mandado libros a Buenos Aires, a otros pueblos, muchísimos libros de nicoleños,pero por internet no sé si eso me interesa tanto.Pero yo defiendo la literatura, yo creo que el libro en papel es lo más importante, pero otra cosa importantísima es no sacralizar el libro.“¡Ahí, los libros no se tiran!”.No,  porque un objeto sagrado no se toca y eso nos sirve. Al libro hay que leerlo, hay que usarlo...

...Hay que rallarlo…

..Si querés. Yo no puedo porque con mi alma de bibliotecaria. ..Yo no puedo leer libro subrayados porque siento que me están influenciando, que yo tengo que aprender más esa frase, a mí no meinteresa, me parece autoritario también. Yo tengo una cosa especial con el autoritarismo, el machismo y el patriarcado. Pero bueno,me parece que el libro en papel va a seguir existiendo. Hay estadísticas que dicen que en Estados Unidos se vende mucho más el libro en papel. Y lo otro. Hay gente que lo baja porque es mucho más barato, está robando señora, a mí que no me digan los políticos roban, fulanito roba,usted roba, porque no está pagando los derechos de autor, a mí no me importa, bájelo, pero cómprelo por internet,es más barato, cómprelo, pero no robe, porque así después los libros son más caros y le estamos robando el trabajo a los autores.

lunes, 16 de septiembre de 2019

Formatos

Colección de libros García Ferré. Joyas de la literatura universal. Tamaño 8 x 6 cm. Venían con la revista Anteojito. 

Hace un tiempo que me ronda la idea de deshacerme de los libros de mi biblioteca. Me ocupan espacio y ya casi no leo en papel. El lector en papel está en retirada y encima los libros digitales cuesta varias veces menos que los analógicos y además es muy fácil encontrarlos gratis en Internet. Soy parte del 50% de los lectores que prefieren la pantalla al papel. Sin embargo el objeto libro conserva aun esa magia de poder tocarlos y verlos descansar alli, en los estantes. Me puse a contarlos y rápidamente sumé doscientos cincuenta. No son muchos, teniendo en cuenta que son los libros de toda mi larga vida. No me desprendería de todos. Solo de aquellos que compré por curiosidad y después no me gustaron, o los que compré para tener completas algunas colecciones o que me regalaron o que están ahí porque decidieron quedarse. Me desprendería de aquellos con los que no tengo ningún apego. Lo haría para sentir que cierro una etapa, que decididamente me siento cómodo con el formato digital y también para desocupar espacio en los estantes de mis repisas. También para no verlos más, porque cuando los veo siento por ellos una angustia de geriátrico. No me desprendería jamás de los libros de Salgari o Julio Verne que mi padre me regaló a los diez años porque estuve varias semanas sin poder moverme mucho por un post operatorio. Tampoco de la colección de mini libros que venían todos los jueves con la revista Anteojito. Ni de los libros de Borges, Onetti, Saer, Piglia y muchos otros más. Ni tampoco de los libros sobre música de la editorial Caja Negra y de muchos otros, pero que no suman más de cien.
Estuve pensando de que manera podría deshacerme de ellos. Pensé en tirarlos, organizar un ritual con cierto contenido conceptual para quemarlos, canjearlos en una librería de usados, donarlos a una biblioteca, utilizarlos como regalos de cumpleaños, ponerlos a la venta en una feria de usados (tengo la fantasía de ocupar un tablón en una feria de libros usados y utilizar los libros como excusa para vincularme con la gente), utilizarlos como decoración en algún próximo emprendimiento (un bar cultural o algo así) o simplemente venderlos por Internet. Esta última opción me seduce, sobre todo porque me permitiría vivir la experiencia de iniciarme en el e-comerce. Así que me puse a investigar acerca de un libro en Mercado Libre. Tomé uno al azar. "El Testigo", de Juan Villoro. Antes de buscarlo la web intenté releerlo (en realidad a leerlo, porque desde que lo compré, hace más de diez años, empecé a leerlo varias veces) y no me gustó. El que yo tengo es de la colección que salió en Página 12. En Mercado libre el precio varía desde  137 a 722 pesos y llega a costar 2594 pesos uno nuevo original de Anagrama. Por qué alguien compraría a ese precio un libro que otra persona ofrece diez veces más barato ya es una incógnita digna de indagar. Pero bueno, saqué la cuenta que si vendiera ciento cincuenta libros a 100 pesos cada uno podría juntar quince mil. Podría comprar muchas cosas con ese dinero. Pero no estoy seguro de poder convivir con la ansiedad de haberme desprendido de un objeto que en el futuro podría haber necesitado. Recurro a mis amigos y pienso qué haría cada uno de ellos en mi situación y trato de obtener una enseñanza de eso y la única que obtengo es que yo no soy ninguno de ellos y tengo que tomar mis propias decisiones. Me cuesta. Creo que los libros seguirán allí un largo tiempo más.