En calle Sarmiento, a media cuadra de Mitre, dos
políticos que seguramente hubieran abrazado la ideología del gorilismo, nació
Karaman, la librería de uno de los más genuinos peronistas nicoleños. Muy cerca del Café de
la Plaza, el lugar iniciático de la juventud nicoleña, donde los chetos se
mezclaban con los aspirantes a artistas, la librería subsistió hasta que una de
las tantas debacles económicas la convirtió en una zapatería. Roberto Karaman
intentó durante treinta años proponer al microclima cultural nicoleño el gusto
por la lectura profunda y, en charlas
interminables, logró construir una ruta de enriquecimiento mutuo con los
clientes ávidos de una literatura nacional y popular. El origen fue la
persecución gorila de los setenta, que lo obligó a lanzarse a un negocio que
fue aprendiendo con la marcha y con su pasión por los libros como único
capital.
¿Cómo nació tu pasión por los libros?
Una herencia paterna. Mi padre leía muchos autores
extranjeros del siglo diecinueve, del veinte y me transmitió ese gusto.
¿Siempre quisiste tener una librería?
No. Como yo era un “peligroso delincuente subversivo”
en los años setenta me echaban al diablo de cuánto trabajo entraba. A los tres
días le pegaban una patada sabés dónde,
razón por la cual puse una librería, más a sugerencia de mi esposa que
mía. Así nació en el 79, un 5 de marzo, la librería. Estuvimos casi treinta años,
primero solos, después con Hugo Catalín, un gran amigo con el cual compartimos
muchos años la sociedad. Después él tomó un rumbo diferente, siempre con los
libros y finalmente quedé solo, hasta que llegó la debacle y me llevó puesto,
digamos. Muy doloroso fue todo eso por qué durante aproximadamente siete u ocho
años fue todo a perdida, así que, en términos vulgares, me fundí.
¿En qué año fue?
El 31 de enero del 2008. ¡Encima el 31 de enero!, porque la mayor
venta de la librería, el 80%, se hace desde mediados de febrero hasta mediados
de abril, en la época escolar. Habíamos aguantado todo el año y el dueño me
pide el local, no me quieren renovar el contrato de alquiler, que vencía cada
dos o cuatro años, no me acuerdo, y no pude conseguir que me concedieran aunque
sean dos o tres meses más para poder liquidar todo. Consecuentemente, tuve que
disolver la sociedad por inexistencia de posibilidades de instalarme en ningún
lugar.
¿Siempre
estuviste en calle Sarmiento?
Sarmiento 16.
¿Te acordás cómo fue el día que abriste?
Sí, fue con mucha ansiedad, primero porque desconocía
el tema de la comercialización del libro y desconocía hasta el mercado, era un
improvisado total.
¿Qué libros compraste para arrancar?
Empezamos con los libros escolares, porque en un
principio la idea era vender artículos de librería, papelería, lo que se vendía
en aquella época, hasta mimeógrafos vendíamos. Pero después comenzó a haber una
demanda grande de libros de texto, consecuentemente comenzamos a vender textos escolares y nos convertimos en poco
tiempo, al año siguiente, en una librería muy importante dentro de ese rubro,
sin desmerecer a mis ex colegas, en esa época estaba Añaño, Eseverri, Susana (Tapias), que sigue (con El
Buen libro), Marta Segura (con librería Centro) vino después. Comenzamos a
competir con ellos, nos fue bien al principio, como porque yo incorporé
inmediatamente a Hugo Catalín, que incorporó un poco de capital, ya que yo no
tenía gran dinero y con el tiempo llegamos a tener casi diez mil títulos.
Lo cual para una librería en San Nicolás era una enormidad.
Y hay que recordar, que hubo una época en que solo se leía en papel.
Exactamente, eso que hoy ya se está convirtiendo en
un lujo de pocos y algunos aficionados que quieren a los libros, los adoran, yo soy de ellos, yo no puedo dormir si no leo
una hora o dos ¿y qué libro leo? y el que está de acuerdo mi estado de ánimo,
porque me he reservado para mí de mi propia librería unos quinientos ejemplares
de los cuales yo voy eligiendo día por día, semana por semana, lo que quiero. Son
gustos que me parece que cómo van las cosas van a ir reduciéndose cada vez más.
Alguien, no recuerdo bien, a quien le hice el comentario de que el libro tendía
a desaparecer por la lectura en pantalla me contestó, el libro no va a desaparecer nunca porque es un instrumento, como el
tenedor, el cuchillo, la copa, pasan los años y siempre está y seguramente va a
ser así. El libro tiene una ductilidad, se puede manejar de mil maneras, podés
estar sentado abajo de una planta, sentarse en el río a pescar y leer. Pero
creo que hay alguna equivocación en eso porque me parece que la disminución de
libros editados debe andar entorno al 70% en relación a los momentos de mayor
edición. En nuestro país se editaba muchísimo. Argentina fue un país de
avanzada literatura, con grandes literatos y muy buenos lectores, así como
también están los que leen cualquier basura. Por supuesto, pero la industria
vive de todo y además es probable que esté bien que haya de todo.
Es muy sabido, y lo dijiste al principio de la
entrevista, de tu militancia peronista, la gente te reconoce como un gran
peronista. ¿Cuándo tenías que elegir los libros de literatura, de historia, de
ensayo, los elegías con esa orientación?
No, para nada. El librero tiene que ser por
excelencia absolutamente aséptico en ese sentido, porque el público que entra a una librería no
entra por una ideología determinada, va a buscar material. Que yo haya tenido
más libros referidos a la figura de Perón que el resto es probable, sí, porque,
digamos, entre el público que me seguía en la librería habían muchos que al
saber de mi pensamiento iban a buscar esos libros, pero teníamos también libros
absolutamente antiperonistas, sobre la quema de las iglesias, El libro negro de
Perón, todo lo que Perón se robó, que eran 700 millones de dólares de aquella
época, una cifra colosal. (Risas).
¿Pensás que San Nicolás tiene un público que consume
libros muy específicos en materia política (me refiero a publicaciones no tan
masivas)? ¿Los encontraba en tu librería?
Sí. Teníamos un poquito de todo. Pero lo cierto es
que hay una cierta subjetividad que no se puede negar, nadie es absolutamente
abierto a todos los pensamientos. Lo cierto es que el librero quiere vender,
sobre todo porque entre otras cosas la librería en un negocio y para que sea
rentable tiene que vender una
determinada cantidad de volúmenes. Lo que sí, más que por cuestiones ideológicas,
yo tenía una inclinación mayor hacia los géneros de ensayos, los que tenían que
ver con los relatos históricos, las distintas fuentes de pensamiento histórico,
las novelas las históricas, novelas de contenidos, busqué siempre autores que
tuvieran relevancia y después estaban otros que se dedicaban más al género
infantil, juvenil, a la autoayuda, a
otros géneros que a mí sinceramente no te interesaban, los tenía también pero
en menor cantidad, primero porque los
desconocía, no podía orientar a mi público. Porque una de las características
que tenía nuestra librería es que el público llegaba y consultaba, muchos
consultaban “Roberto, a ver qué te parece, que podría leer”. Eso era bastante
común.
¿Y vos te sentías en esa posición de poder
recomendar?
En general, cuando recomendaba lo hacía de acuerdo,
no solamente a mi gusto, sino pensando que si a vos te gusta el derecho romano
como no vas a llegar a Cicerón, Si entrabas en el campo de la filosofía y a los
clásicos cómo no ibas a leer a Platón, Heráclito el oscuro. Todo esto me daba
probablemente algunas ventajas sobre otros libreros que no tenían desarrollado
ese grado de cultura. No digo que yo haya sido más culto que los demás, sino
que tenía una inclinación hacia esos temas.
¿De dónde te surge ese interés?
En gran medida la culpa es de Perón. Porque cuando mandaba
las cintas y nosotros lo escuchábamos con ese entusiasmo juvenil, siempre
comenzaba sus charlas con referencias históricas y él cuando se refería a algún
estratega militar recurría a Alejandro Magno o Aníbal, una gran admiración por
Napoleón y por supuesto por San Martín. Entonces esto nos lleva a investigar esos
temas. A mí me llevó eso a Apuntes de historia a militar, que es una descripción
de todas las grandes batallas que hubo en la historia de la humanidad. Perón decía
estas cosas porque él pensaba que el trabajo de un político era conducir y la
materia prima era la gente, el pueblo y para conocer a los pueblos había que
conocer la historia y ahí es donde nace mi interés por la historia. Por eso es que
yo también le recomendaría, sobre todos a aquellos que tienen alguna vocación
política, alguna vocación social, que recurran a las fuentes históricas, que no
van a dar ninguna solución, pero nos van a ayudar a entender la naturaleza
humana que es más o menos siempre la misma.
¿Vos también aprendiste de tus clientes?
Sí. Porque leer todo es imposible, hay que
seleccionar, hay que cribar, hay que zarandear, y quien tiene un poquitito de
inteligencia mínima sabe que el cliente que se orienta para un tipo de
literatura va eligiendo lo mejor, entonces conversando con ellos me iban
sugiriendo las mejores lecturas sobre determinados géneros y yo conseguía esos
libros. Llegué a conocer, gracias a mis clientes, una cantidad infinita de
material, muchos de los cuales no existen más, no se editan más. Sigo
aprendiendo de muchos lectores actuales, amigos muchos, apenas conocidos otros,
que sugieren “por qué no te lees tal cosa a vos que te gusta esto”. Para aprender se aprende hasta que uno estira la
pata.
Hay libreros que opinan que si te gusta leer lo peor
que podés hacer es ponerte una librería, porque te la pasas todo el tiempo en
el trabajo administrativo, estás rodeado de libros, tenés el deseo de leer,
pero no tenés tiempo. ¿A vos te pasó algo así?
No. No está mal la reflexión, pero digamos que lo que
a uno le gusta hacer lo hace. Yo creo que todo lo que a uno le apasiona lo
puede hacer aunque tenga dificultad de tiempo. El tiempo se hace cuando algo a
uno lo apasiona. Yo sé que a ustedes les apasiona el trabajo que están haciendo,
por eso les he traído acá varios libros, pero en especial uno de Rogelio García
Lupo porque tengo una gran admiración por este periodista de investigación que
murió hace poco, porque me enseñó mil cosas que ocurrieron en la Argentina y me
pregunto de dónde sacaba el tiempo este hombre para hacer tanta investigación.
(Se ríe).
¿Tuviste en aquel tiempo la oportunidad o el interés
poder vender libros de autores locales?
Sí. Los autores locales llevaban los libros sin
ninguna pretensión económica. En la inmensa mayoría por el simple gusto de
desarrollar un tema o su forma de ver. En distintos géneros. Los dejaban en la
librería y lo que se vendía, se vendía, y lo que no se vendía no tenía ningún
problema, lo retiraban o inclusive algunos los dejaban. Porque los escritores
nicoleños, sacando raras excepciones, no han sido escritores de venta masiva.
¿Había interés en el público por autores locales?
Hubo dos o tres autores. Ricardo Primo fue un autor
que vendió cantidades. Una autora en
especial, con la cual no me llevaba muy bien, pero fuimos grandes amigos, Martha
Bluhn, que tuvo un sello editorial propio, tiene algunos libros de poesía, que
ahora los estoy revisando con mayor atención y son de gran nivel. Y una
escritora rusa que escribió un libro que se llama “Cálmate mi memoria" (Tatiana
Sivilova de Krupnjakow), es una crónica de su propia vida, una vida tan trágica,
tan dura, apasionante, que me quedó grabada y vendió mucho. Y se vendió mucho
un libro de un periodista y escritor de acá sobre las quintas y las viñas. No
recuerdo el nombre.
Lo escribí yo, Roberto.
Pero, ¡que memoria la mía! (se ríe). ¿Cómo se
llamaba el libro?
El vino nicoleño. (Nos reímos)
¿Se hacían presentaciones de libros en tu librería?
Sí. Se hicieron varias. La más extraordinaria y de
alguna manera cómica, fue del libro “Aprende a curarte” del médico naturista (Girarldo)
Motura, que íbamos a presentar en la librería. Resulta que cuando llegamos a la
librería había quinientas personas. Obviamente no entraban todos en el local. Estaba
Lalo (Eduardo Luis Di Rocco) de intendente y le dijimos “tenemos un despelote
de gente acá que es infernal”, bueno, nos dijo Lalo, les doy el auditórium.
Fuimos al auditórium y no entraba ni un tercio. Y nos dieron el teatro
municipal y se llenó. Debe ser el libro que más se vendió de San Nicolás en toda
la historia. Nosotros debemos haber vendido alrededor de mil quinientos, más o
menos y para dar una idea los libros más vendidos no pasaban de 200 ejemplares Torcuato
Di Tella también presentó un libro en la librería.
¿Extrañás aquellas épocas?
Y si, la nostalgia siempre está ahí, sobre todo lo
más dolorosos es que terminó mal, teniendo que cerrar con deudas, fue muy triste. Te digo con toda franqueza, esta
persecución que hubo en aquellos tiempos locos, (porque éramos inofensivos, ¡qué
subversivos!, nosotros éramos unos perejiles), fue una suerte de alguna manera
en haberme introducido en el campo de la librería, que es un campo maravilloso,
un campo que ofrece posibilidades infinitas y que a mí me ha enseñado la
tremenda ignorancia que tiene uno. Cuanto más lee se da cuenta que más
ignorantes es. Por eso decía Sócrates que solo sé que no sé nada, por eso se
considerado el más sabio, no? Pero ya no estaría en condiciones por mi edad y
la competencia de otros formatos, que yo no los desprecio de ninguna manera,
simplemente que a mí no me gusta. Un pensador alemán que se llamaba Spengler, que
escribió “La decadencia de occidente” y es uno de los grandes pensadores del
siglo XIX, decía que nosotros, los
pueblos no creadores de tecnología, tenemos cierta fobia hacia la innovación
tecnológica. Y yo me he dado cuenta que efectivamente es cierto, porque yo no
manejo cosas que manejan ahora chicos que tienen cinco años, y eso no puede ser
otra cosa, un poco por burro y otro poco porque me cuesta. (Risas)
No quiero
despedirme sin mencionar que la tarea más importante que hemos realizado, no
solamente yo, sino un grupo de gente muy grande con Duilio Cámpora y muchísima
gente más, fue la creación de la Feria del libro, que se sigue haciendo. La
idea era que el libro sirviera como un instrumento para que la gente se juntara
en un momento muy difícil de San Nicolás, la época de las privatizaciones, la
desocupación, todo ese momento desgraciado, la Feria del libro fue una especie
de refugio donde la gente podría reunirse a conversar sobre cosas importantes.
Pero bueno, contaremos esa historia en otra oportunidad.