En épocas en que está de moda la mirada cenital de los relieves a propuesta de drones, satélites y ventanillas de aviones, devine contracultural retomar la primitiva mirada del paisaje desde nuestra escala. La figura humana es entonces la mejor referencia para representar esa orografía que solo deviene en paisaje ante nuestra contemplación. Históricamente se ha planteado la dicotomía hombre-paisaje como si fueran dos opuestos. Esto es así desde que el hombre habita en ciudades y se convierte en turista del paisaje, es decir se acerca a la geografía sin intenciones productivas, solo contemplativas. Con la difusión de la fotografía, la "foto paisaje" adquiere no solo valor documental sino que es también una dispositivo de diferenciación social. Yo estuve allí. Yo pude estar ahí. A partir de la popularización de las fotos de las vacaciones, la geografía se transformó en paisaje, es decir en una escenografía, una construcción, destinada a un observador. A partir de allí ya no vamos de vacaciones a lugares, sino a paisajes. Esto se evidencia no solo en los paisajes suburbanos. La artista
Corinne Vionnet, en su obra Photo Opportunities, investiga acerca de las miradas de la multitud y la relación entre turismo y cultura visual, destacando las miradas empaquetadas que los turistas recogen en sus cámaras fotográficas.
El paisaje, uno de los grandes inventos del hombre, se sostiene en especulaciones y teorías. Una de esas teorías postula que "El paisaje es, en buena medida, una construcción social y cultural, siempre anclada —eso sí— en un substrato material, físico. No es una entelequia mental. El paisaje es, a la vez, una realidad física y la representación que culturalmente nos hacemos de ella; la fisonomía externa y visible de una determinada porción de la superficie terrestre y la percepción individual y social que genera; un tangible geográfico y su interpretación intangible. Es, a la vez, el significante y el significado, el continente y el contenido, la realidad y la ficción." Estamos en presencia de un paisaje mediatizado, es decir percibido a partir de las leyes del lenguaje de los medios de comunicación, a tal punto que esta mediación condiciona nuestra definición de belleza. Tales si que "A menudo calificamos de bello un paisaje cuando podemos reconocer en él un antecedente avalado mediáticamente y, de hecho, el éxito o el fracaso de la experiencia turística y, más concretamente, viajera, dependerá, en buena medida, del nivel de adecuación de los paisajes contemplados en directo a aquellas imágenes de los mismos que, previamente, se nos indujo a visitar y a conocer desde una revista, un documental de televisión o una guía de viajes".(
Paisaje y comunicación: el resurgir de las geografías emocionales. Joan Nogué)
La fotografía de las vacaciones responden a ese paradigma. No hay vacaciones si no las fotografiamos o filmamos y, más recientemente, podríamos agregar, las hemos publicado ("subido" a una red social) y, ya el tope de gama del éxito mediático, viralizado.
El filósofo Alain Roger, en su ensayo
Breve tratado del paisaje va un paso más allá y asegura que el paisaje es un invento de algunos artistas y que sin ellos no habría paisajes. Significa que las imágenes artísticas crean el fundamento de la percepción del mundo. Por su parte, el historiados del arte Ernst Gombrich señala que el paisaje debe definirse como “la visión de un entorno concreto S –por ejemplo, la rivera del lago Biwa– como si fuese una referencia cultural específica P –por ejemplo, un cuadro de Song Di–”. Oscar Wilde lo dijo años antes de manera más poética: "La vida imita al arte".
La lógica postmoderna celebra la inautenticidad, postulando una evidente diferenciación entre la realidad y su representación. Los parques temáticos son la demostración de ello. Y la aplicación
Prisma, que permite retocar las fotografías y darles un toque artístico, sube la apuesta en ese sentido. Es como devolverle a la naturaleza su condición cultural, poner en evidencia su origen, pero deformado, su razón de ser: estar ahí para ser percibida, representada.
*Cita al célebre libro de Christian Doelker