PROLOGO
Se conoce que
Tucumán Gumiérrez asistió a cuantos talleres literarios ofreció el ámbito público
y privado de la ciudad donde nació y vivió hasta su muerte. Sin embargo, jamás
pudo incorporarse a ninguna de las tradiciones literarias que le mostraron. Jamás
pudo desarrollar suficientemente las labores de la mitología y ni siquiera
logró comprender el análisis estructural del relato de Barthes, aunque leyó
profusamente (esta palabra la aprendió en uno de los talleres) a Barthes. No
obstante, publicó; con un moderado y efímero
éxito, que cayó en picada una vez finalizada la presentación del libros. Este texto (compuesto de una justificación en prosa y varios versos
inconexos) permaneció inédito hasta hoy y fue descubierto por su sobrino
mientras revisaba uno de los cajones de la cómoda en busca de sus lentes de ver
de cerca. Deberíamos decir que su sobrino fue uno de sus más asiduos lectores y,
según dijo, creyó ver en este escrito la obra más lograda de Tucumán. Supo que
su tío comenzó a escribir una vez jubilado, y como jamás logró (o quizá no
quiso) trasladar la metodología fordista de la fábrica a su hobby de escritor (se sabe por propias declaraciones a la
prensa local que intentó transmutar (lo dijo así) su hobby en oficio, pero
aparentemente sin éxito) jamás se dio cuenta del faltante en su
cajón de la cómoda. Años después de su muerte, el sobrino convenció al editor de
un diario local de publicar por entregas el texto. Luego de un intenso trabajo
de recopilación publicamos partes del texto recuperado y algún que otro poema.
El texto (sin título
en el original)
Hay una
diferencia entre escribir por dinero o por la simple necesidad de placer. También
hay algo similar. Los dos casos los motiva una urgencia. La urgencia. de
ganarse la vida o la urgencia de decir o de entender o simplemente de sacar eso
de adentro.
Quien escribe
obligado no tiene otra opción que hacerlo. Quien lo hace por dinero tiene que
cumplir plazos y debe escribir, tratando de hacer lo mejor posible, pero debe
hacerlo, no sin mas remedio.
Pero si no está
apremiado por lo material del mundo puede tomarse su tiempo, pensar y, decidir
no hacerlo. Además, puede escribir y no publicar. Por eso creo que solo
escribiré y, lo que espero, publicaré cuando tenga la necesidad de hacerlo para
ganarme el pan. De hecho la única vez que lo hice fue por ese motivo. Sin
embargo, admiro a quien puede escribir y, lo que es mejor, publicar por el solo
hecho de hacerlo. César lo hace. Y me contó que no corrige. Quizá el hambre me
convierta alguna vez en escritor. Ya que, es evidente, no lo soy de alma.
Veo como otras
escritores, en conferencias, en ferias, describen sus estrategias discursivas
(así le dicen ellos,) cuentan como armaron la trama, lo que quisieron decir,
como la novela tomó un rumbo distinto al decidido, como la fueron entendiendo a
medida que la escribían, y sinceramente los envidio, cómo pueden escribir tan
bien y hablar tanto de lo que escribieron. Es que son escritores, la escritura
es su forma de pensar. No hay nada entremedio de su pensar y su escribir.
Yo a esta edad
tendría que tener varios libros editados y no estar pensando todo esto. Tendría
ya que tener todo claro, quizá presentando mis libros, quizá ya algunos
traducidos, debería estar viajando por otros países, o publicando en revistas
del extranjero o de aquí, pero especializadas en literatura o en poesía. Y si
embargo estoy atascado, yendo de un pensamiento a otro. Tratando de decidir si
lo que escribo es digno de publicar o al menos de mostrar a mis amigos. Dudando
sobre la calidad de mis temas, sin saber si se trata de cosas que valen la pena
o nimiedades o cosas sin importancia. Me dicen que lo publique igual, que
siempre a alguien le va a gustar, que hay público para todo. Pero yo no le
quiero gustar a cualquier público. Yo quiero entrar a un círculo selecto, lo
cual es muy valiente, personas que pueden pensar en profundidad un tema,
desarrollarlo de varios puntos de vista, armar una representación del mundo,
significar algo, expresarse de tal forma que el lector pueda leer en varios
niveles, es decir tener un tema. Es lo más difícil para mí, tener un tema. Yo
escribo sobre cosas, pequeñas cosas que me pasan a mí o que otros me cuentan, o
que recuerdo, o que creo que a otro puede sucederle. Pero todos esos pequeños
relatos son inconexos, no los une ningún tema. Quizá el problema sea que mi
vida no tiene un tema. Es decir, no hay un piso sólido, unos conceptos para
pensarla. Mi vida son espasmos. Hechos que suceden. Producto de decisiones
apresuradas. Me gusta esto, lo hago, lo compro, lo consumo, eso me consume, después
se consume a sí mismo y desaparece, sin dejar rastro, una experiencia sin
sentido. Algunas cosas dejan un álito, una sensación vaga de que algo sucedió,
una caricia, pero nada más, ningún sustrato donde germine una idea que pueda
tender un hilo entre mis decisiones.
¿Y si plagiara? ¿Y
si tomara temas ajenos y los disfrazara lo suficiente para que nadie advirtiera
que son de otro? Cambiaría las palabras, el orden de las frases. Alteraría los párrafos,
diría lo mismo de otra manera. Total, hay tantos autores desconocidos, tantos
temas tratados, que nadie se daría cuenta.
Pero, ¿y si mi libro a alguien le interesara y se convirtiera en motivo
de análisis para alguien más o menos versado en algunos autores, un periodista,
por ejemplo, y descubriera las semejanzas de mi texto y el otro y, para
intentar una efímera trascendencia o para justificar su ética o porque
realmente es honesto y cree estar cumpliendo con su deber, descubre mi
impostura? Ahí yo quedaría sometido al juicio del público, a los debates, a la polémica,
que es lo peor que hay. Otro podría sacar provecho de ese escándalo, quizá lograría
cierta trascendencia, conseguiría adeptos y detractores, se convertiría en un
tema de conversación, aumentaría su popularidad. Yo no podría soportar nada de
eso. Sobre todo la popularidad, ser tema de conversación ajeno, no. Pero sin
embargo añoro esa fama, esa popularidad, aunque no podría ponerle el cuerpo, no
podría someterme, por ejemplo, a reportajes, donde algún periodista, buscando una pregunta inteligente, me
sorprendiera, por ejemplo, queriendo conocer mi método, mis estrategias
discursivas, la forma de construcción de los personajes. ¿Y yo, qué contestaría?,
seguramente titubearía, comenzaría a recordar cosas que leí o le escuché decir
a otros, y no sé si podría conectarlas, si podría convertirlas en un discurso
coherente.
No, plagiar no.
Mejor sería encontrar un tema. Buscar en mi vida. Contar algo que me pasó. Disfrazarlo
convenientemente para evitar que la gente que me conoce descubra que autor
y narrador coinciden. O podría
enmascararme en la segunda persona, contar lo que me pasó como si le hubiera
sucedido a otro y así evitar mi presencia en el texto. Para eso debería
modificar los datos duros de mi biografía,
fechas, lugares, personas. Pero, aunque
eligiera contar mis experiencias, ¿cuáles elegiría? Contaría el episodio de mi
nacimiento. Diría que nací en un pueblo de la provincia de buenos aires, aunque
nací en la provincia de Santa Fe, que mis padres llegaron de España, aunque
llegaron de Italia, que estudie en una escuela pública aunque estudié en una
escuela privada.
A veces escucho
en charlas que escritores sufren ante el acto
de escribir. Esquivan el momento de la escritura, por pereza, porque no
les resulta fácil encontrar las palabras adecuadas, o el tono o el ritmo o la extensión
de la frase o el orden de las palabras. Los angustia tener que enfrentarse a
ese momento. No a la hoja en blanco, eso ya es demasiado cursi y remanido como
para mencionarlo. Sino cuando la idea ya está, cuando ya saben que escribir, ya
tienen todo claro, pero deben darle una forma material a eso. Darle cuerpo y
tener que poner el cuerpo. Esa gimnasia los agobia, los abruma, y a algunos
hasta los angustia. Esa característica que comparten todos los escritores y,
muchos por sentirlo, saben certeramente que lo son, yo no la tengo. Yo me
siento ante el papel y escribo, las palabras me salen. No al estilo de la
escritura automática. No, yo sé lo que quiero decir y lo digo. Y por eso mi
angustia. Por no tener el don de la angustia del escritor, de saberme no escritor.
Tengo que salir.
Tengo que tomar un poco de aire, hablar con alguien, hablar de algo, de
cualquier cosa, porque sé que no hablar de lo que me inquieta, de esto de la
escritura, porque no los puedo expresar, solo pensarlo y quizá escribirlo o
garabatearlo, no sale de otra forma. Voy a ir al bar a ver si encuentro a
alguno de mis amigos, a ver si lo encuentro a Antonio o a Javier o a Mario.
Quizá con ellos pueda hablar un poco de poesía o del río, al que nunca fui, al
que siempre le esquivo, porque no sé nadar, ni pescar, ni navegar, pero al que conozco quizá
mejor porque lo conozco a través de sus voces, de su representación. Mi río no
tiene peligros, mas allá del peligro de no tener la experiencia directa, de
mojarme la remera de un olazo o pincharme la pata con una raya o marcarme el
brazo con las espinas de un tala. Ya quisiera yo escribir sobre el río, sobre
los hornos de barro, sobre el fluir, y compararlo con el fluir del tiempo o
sobre el volar de las aves y escribir metáforas sobre el alma que escapa de un
cuerpo.
A veces yo les
leo Antonio, a Javier o a Mario algo que escribí, un poemas o unas frases o incluso un breve relato y ellos
me escuchan con generosidad y se miran entre sí como preguntándose quién será
el primero que se anime a decir algo o qué decir o qué comentar; quizá para no
desalentarme, me dicen palabras afectuosas, me preguntan si me gustaría
publicar, claro que me gustaría publicar, pero que no hubiera movida cultural,
no tener que tener un estilo, una pose, una forma que me diferencie y por lo
tanto me identifique. Me gustaría que mi libro estuviera en la librería, a la
altura de los otros y que alguien lo tomara, lo hojeara y dijera: me gusta y le
dijera a otro que le gusta y así, de boca en boca, se pasara la bola de que el
libro es bueno y la gente lo leyera. No tener que ir a presentaciones, donde se
expone a alguien que habla bien de nosotros y se venden los libros. No,
simplemente que se difundiera, en librerías, en encuentro de personas, en
lugares secretos. Porque así la gente lo leería si le gustara, por puro placer.
No por la etiqueta o los antecedentes del autor. Como una cata a ciegas.
Porque yo también
vi el sauce, el tala y el curupí. La desdicha del placer efímero. También vi el
dorado y el pejerrey y el rancho de adobe y el albardón y la espuma del agua y
la arena y las ramas cayendo "acariciando el agua". Pero sé que verlas no es suficiente. No es solo ver, ni sentir un aliento de todo
eso. No, es otra cosa, que no sé que es, no solo que no pudo expresar, no se. Cuando leo sus frases "acariciando el agua" siento que ellos realmente vieron y
sintieron y sin embargo todos íbamos en el mismo bote, hacia el mismo lugar en
el mismo tiempo. O quizá sea el tiempo, ellos viven en un tiempo desplazado, en
la metáfora, que a mí no acude, o si acude no la puedo recibir. Por qué si había
agua y había un pejerrey y todos estamos ahí la metáfora llegó a ellos y no a mí.
En realidad voy
poco al bar. No me gusta comunicar, además qué se puede comunicar. Las charlas
giran siempre sobre lo mismo, la función fática de Benveniste.
Tengo que ordenar
este caos. Como lo hizo el hombre primitivo a través de la magia. ¿Y si me
quedara ciego? ¿Cómo haría para buscar la relación entre los autores, entre los
temas que tratan o entre sus entonaciones? ¿Y si me golpeara la cabeza contra una
ventana abierta subiendo una escalera? ¿Podría después de la fiebre escribir
poesías? O si hubiera nacido en Santa Fe ¿estaría en condiciones de observar el
río y las islas y los curupíes y decir algo de ellos, de representar su fluir
con mis palabras?
Gerónimo me salvo
dos veces. Una de las veces yo estaba recitando una poesía mía en un recital al
que me habían invitado. No sé porque me habían invitado ya que yo no era un
escritor (no me animo a decir poeta) conocido. Quizá porque querían contrastar mí
escritura con la de ellos o quizá porque yo funcionaba como una cábala o quizá
por un sincero interés de que yo mostrara lo mío o que simplemente comenzara a
foguearme frente al público. Yo llevé tres poesías. Cuando estaba a la mitad de
la primera me pareció que la entonación que estaba usando no era la correcta,
que no le estaba dando el énfasis que ciertas palabras requerían, que la
musicalidad que mi poesía debía expresar no estaba lo suficientemente
expresada. Entonces me detuve y aclaré: que mal estoy leyendo. Al público esta
disculpa le pasó desapercibida, pero a Gerónimo no. Gerónimo me dijo:
autocrítica en el escenario nunca. Y esas palabras me hicieron comprender que
lo que yo había escrito, antes que escritura, contenido, intensión, es espectáculo,
es para ser mostrado, para impactar al otro y por lo tanto requiere de una
puesta en escena. Y que esa puesta en escena está formada por gestos, voces,
formas, disposiciones, pero sobre todo está formada por la convicción de que es
espectáculo. Y el espectáculo para concretarse debe esconder algo, debe
esconder la verdad. Que el público debe ver tu alma, pero que vos jamás debes
mostrarla, solo representarla. Y al comprender eso comprendí también que yo jamás
podrías lograr esa abstracción. Y caí en una profunda angustia. Y esa angustia
me obligó a escribir más y más. Escribí cuadernos y cuadernos durante días y días
de insomnio y mientras escribía me maravillaba de todo lo que podía escribir
pero a la vez me angustiaba más porque sabía que eso era impublicable, improductivo,
ya que era mi alma viva y no su representación.
Leo libros. No sé
nada de autores. Admiro a los críticos que saben de autores y de libros y
pueden charlar sobre la vida de este y de su influencia en lo que escribieron. Quizá
ese saber los haga disfrutar más. Dicen que el que conoce disfruta más. Es un
camino. Yo sigo otro. Yo imagino un mundo a partir de la lectura. Me imagino al
tipo en su pieza, me imagino la pieza, la casa, la calle, me imagino su cara,
sus amigos, los otros personajes, me digo eso me pasa a mi también, yo también
pienso así y me dan ganas de escribir y dejo el libro sobre las piernas y miro
el techo e imagino frases, las armo, las doy vuelta, trato de memorizarlas, a
veces las escribo y con esa frase, esa imagen en la cabeza sigo leyendo y la
lectura que iba por este camino ahora encuentra un sendero y se mete ahí y
desemboca en un claro no al que el autor quiso llevarme sino adonde yo llegué. ¿Estará bien leer así? ¿Será así como se lee? Si se lo comento a Mario, no
pensará que soy un pelotudo (iba a poner badulaque porque esa palabra me
fascina, la llevo desde que la leí en el Paturuzú, se la decía el coronel a
Isidoro, es una palabra con resonancias de infancia además de ser por si sola
una palabra con personalidad, de donde vendrá?) pero tengo miedo que Mario me
critique porque uso términos que desentonan con lo anterior, o lo que es peor
que no me lo diga a mí y se lo diga a Gerónimo y a los muchachos y yo nunca lo
sepa y alguna vez cometa el error de usarla de nuevo. Si es que es un error. Sí
es un error porque un escritor tiene que agradar a otros y no a sí mismo. No
importa si a mí me gusta lo que escribo. Si quiero ser escritor tengo que
agradar.
Yo se que alguien
me va a querer.
Poemas (se
respetan los títulos originales)
RETORNO A
SAN NICOLÁS.
I
Subsumido por la
sombra de un espanto que me aplaca, la idea es trasmitir lo que se siente al
entrar a esa mole de cemento gris saturado (que alguna vez habrá estado de moda)
que es la biblioteca de la Casa del Acuerdo. Un pasadizo a un pasado de la
ciudad que en realidad nunca existió y que transfigurada irradia un antes pre
industrial. Los rojos baldosones, una estampa y los libros de tapa blanca,
imperceptibles, del Fondo Editorial que editaba Marta Bluhm, donde aún suenan la palabras de Verandi y de
Canals.
II
El político es un
hombre unidimensional.
Todo lo analiza
desde su umbral.
En la mesa del Citex,
donde los viejos dominantes aun discuten sobre la habilidad del Gato López, unas
alumnas terminan un trabajo sobre murales.
Fotografiaron uno
en la bajada Belgrano.
Me sorprendí.
Hacía tiempo que no bajaba al río por la picada de Aguiar.
Fui. Y me
encontré con la poesía del Yaguarón.
Me sorprendió la
frase, una especie de elegía spineteana: “Y la luz trasciende”.
Me sorprendió que
no haya dicho: “Pero, la luz trasciende”, como era de esperar.
Cansado de no ser de a poco las cosas se acomodan.
No tengo felicidad, tengo alegría
que es la peor máscara de la felicidad.
Nunca crecí, siempre
fui viejo.
Otro pinche tirano
que se cruza por delante.
El aroma de los
tilos de la plaza de noviembre calma las fieras.
Me faltan
cuarenta veranos pa morir. No es nada.
Es merma.
III
Una ciudad lisita.
Hecha a mi medida.
Llana como la
llanura
que habita.
Donde por fortuna
hubo extranjeros.
IV
León Guruciaga
baja a la costanera zigzagueante, retorcida, no queriendo dejar el centro del que
participa levemente.
La recorre un camión
con laterales de fenólico.
Están de moda.
Ya no se estila
mas la madera dura que cubría los camiones que, en dos bancos laterales, llevaba los
obreros a trabajar a Somisa.
Yo hice este
barrio con mis propias manos. Cuando llegué acá este lugar estaba habitado por
todo tipo de alimañas salidas del bañado.
Lo que debe estar
el Cabotaje en esta tarde soleada mientras yo lo añoro desde la ciudad alguna
vez soñada.
V
Una liebre brinca
el campo con precaución desmedida (ya no hay quien lo transite, pues la soja
alejó los peones).
La abruma una memoria de temores anteriores al acero y
la fatiga.
Ya no hay racimos
cuadriculando el horizonte.
Ya no hay fiestas
en la campiña.
Ya no hay nada
que temer, solo celo y codicia.
VI
En el barrio hay
un cuchicheo, mataron a un hombre en plena calle. Dicen que tenía ideas políticas.
Dicen que tragó
una píldora asesina.
Dicen que gritó
que viva Perón.
El muerto era el
vecino que le dio plata a la Carmencita para operar a la nena.
Nosotros seguimos
jugando en la cortadita, todavía con la ráfaga en la mente, sin saber que
habíamos conocido un valiente.
VII
La naturaleza,
creación del hombre, fue domada alrededor de las nueve manzanas de una ciudad
morosa, por italianos del norte que nos legaron el vino y el dialecto.
Atrás, arboles
fantasmagóricos, producto de la niebla, anuncian el Arroyo del Medio. La tarde
es una niebla difusa y el barro mandón, que suspende el equilibrio del
caminante, se muere de progreso.
DESPUES DE
LLOVIDO
El patio se puso
más lindo.
Parece la sonrisa
de algún Dios.
Estar triste, a
veces, es una elección. Sin tristeza no hay poesía.
El preguntón de
turno cree ver en eso poesía, pero no sabe expresarla.
El universo está
llegando.
Dos calandrias lo
aguardan, para irse a dormir al limonero.
Yo también
aguardo, vaya a saber qué.
TRISTEZA
Le gustaba regodearse
en la abundancia y la abundancia era tener un pollo más en la parrilla.
Admiro a los
especialistas, a los que no se desvían. Antes los detestaba.
Lo que mejor hace
es lo que menos le gusta hacer.
No es una persona
triste, escribe cuando está triste.
Un supuesto
futuro donde algo pasará. Pero este presente, ¿no es también el futuro de un deseado pasado promisorio?
Contemplar el día.
Ver cómo va
pasando.
Nada más que eso.
BORRACHO
MALEDUCADO.
Va vestido como
un croto.
Sin voluntad de
poder.
Goza la ropa
gastada.
Siempre pensando
en otra cosa.
La vida le queda
cerca.
Le da asco tener
todo el día la panza llena.
El estómago
revela su ser.
No es la
gastronomía (artificialidad)
sino la química
la que lo une al cerebro.
Qué soportamos
tragar. La gran metáfora.
No maneja
términos técnicos.
Deambula sin método.
Dicen que le
pegaba a su esposa y por eso sus hijos lo echaron a la calle. Hay que ver.
No se frustra. No
tiene expectativas.
Quién puede vivir
sin memoria.
Quien vive sin
memoria está atado a lo tangible, lo visible. No poder recordar es no haber
vivido.
Qué es lo que de
su vida me inquieta.
Todo el día un
papelito y un lápiz en la oreja, resabio de una vieja esclavitud.
Cómo sabe que le
gusta algo: cuando le dan ganas de escribir.
Escribe todo el
día en papeles que abandona. El otro día encontré uno. Decía: Quién puede vivir
sin memoria.
Quien vive sin
memoria está atado a lo tangible, lo visible. No poder recordar es no haber
vivido. Donde nació ese
odio a la gente. De la fealdad. Del desprecio. De la máquina.
En este plano
nadie puede hablar, nadie habla. Solo el cuerpo habla. Pero ese decir no es
prueba. No define nada. Y entonces todo así sigue. Hacia dónde.
Todo tendría que
ser lindo y es feo.
Todo el día de
uniforme: con ropa regalada no elegida.
Qué lindo debe
ser tener un destino.
EL CÉSPED
Cuido el césped de
mi patio.
Es lógico que lo
haga: me costó dinero.
No es naturaleza
pura.
Es un trasplante.
Una decoración.
No vale de por sí.
No da de comer a
caballos.
Está ahí para ser
contemplado.
E intentar sacar
de él una enseñanza.
Pero qué podemos
aprender del pasto.
Su razón es
crecer.
Alimento de los
rumiantes y el rounup.
Verde
desesperanza.
Nunca pensé que
matarlo fuera tan placentero.
EL OBRERO
I
Osmosis. Hay que
tener cuidado con quien te cuida porque
se te pegan las personalidades y lo que es peor las ideologías.
Inseguridad. No
saber qué. No tener gusto. Certeza de la duda. Nunca estar seguro del todo.
Qué buscar. Para
qué salir.
Lo cotidiano no. Lo
trascendente tampoco. El estómago se retuerce. La garganta se retuerce. Qué palabras no decir. Eso te demora.
Todo sorprende,
porque nada está anclado.
A lo lejos suena
una milonga.
Mientras tanto el
obrero sufre.
II
Mi don me alcanza
para advertir lo nadie que soy.
Pero no como Sócrates,
que fue tanto hasta el extremo de visualizar lo infinito. No. Yo de verdad soy
nada. Va, un poquito más que nada. Una nada pero. Una nada que llega a
comprender que es nada.
Ni siquiera la
felicidad de no advertirlo. Nada, absolutamente nada.
Con qué te voy a
seducir. Con asados, con vino. Yo tengo la percepción de mirada. Vos tenés la
palabra, que me esquiva.
III
Bovinas ovinas sin pelo en el pecho.
Capataz incapaz pero locuaz.
Hojalata por lo menos que te lleve la muerte.
La balanza pesa un balancín.
Bovinas asesinas siembran cizaña en mi literatura.
La grúa garúa su guinche deseando como yo que se corte la linga.
Balanza mansa con la horizontalidad que la caracteriza.
El peón me alienta: "no te calentés",
creyendo que mi preocupación es el apuro de los camioneros.
Bovinas argentinas material de exportación
laminadas en frío sin aceitar Iram Ias.
La tijera se contorsiona al son del chiflón.
A eso yo llamo rock industrial.
El remito amarillito me tiene calentito
por esa desesperación de terminar e irme.
Por la ventana yo vi la debacle.
HORNO DE BARRO (a
los poetas nicoleños).
Nacido en los
andurriales postreros del límite del horizonte.
Donde la Pampa
deja de ser llanura.
Consumió potencia
de montes altivos.
Alquimia de trigo
y animales.
Salgo a buscar
los desperdicios que olvidaron los polleros en veredas equiláteras para
alimentar tu ansia dantesca.
En tus fauces
ardieron carnes ancestrales. El guazuncho araucano, el ñandú, los jabalíes.
Jeta de poncho.
Temple guarecido.
Pariente del
rescoldo.
Se puso lindo. Es
viernes a la tarde. Salgo a buscar las tablas para encandecerte.
EMPANADA
BOLIVIANA
No sos original.
Mezcla de
camello, colonia y cuatro.
La papa sí. El
locoto sí.
El charque, la
harina, la grasa y la cebolla, también.
Pero la idea no.
Sos mestiza. Pero
quién no lo es.
No sos original.
Decíselo a los puristas.
Nada hay original.
Menos los orígenes.