Extraído del libro "Patrimonio de la producción rural" del arquitecto Carlos Moreno
Pero volvamos por un momento para atrás, a la época próspera. Al ritmo del crecimiento económico de finales de los 60 y durante todos los 70 el casco fundacional de la ciudad se extendió en barrios. Barrios obreros, construidos por el estado a través de créditos hipotecarios y destinado a las personas con empleo, formados por viviendas construidas en serie; y también barrios que nacieron del impulso personal de quien podía comprarse un terreno y construir una casa en la periferia urbana. Es allí donde se expande una arquitectura que simboliza el ascenso social, con construcciones marcadas por las modas de la época, casas de líneas sencillas pero que denotan una voluntad de diferenciarse, de marcar un territorio simbólico de prosperidad. Se manifiesta sobre todo en la fachada, con aleros y paredes curvas, muchas veces revestidas o pintadas de dos colores, retirada de la línea de edificación y enmarcada por un tapial bajo y sobre él una reja de alambre. El barrio Las Flores es un reservorio de ese estilo. En su libro Patrimonio de la producción rural el arquitecto Carlos Moreno, denomina a estas rejas como “tranquera de alambre y tejido”. Cumplían la función de puerta de acceso al jardín o patio anterior en las viviendas rurales y son tan antiguas que ya figuran en la Enciclopedia Diderot del siglo XVII. Al principio fueron la marca de identidad de las viviendas barriles, pero luego pasaron de la periferia al centro, convirtiéndose en una marca ciudadana. A decir del propio Moreno, San Nicolás es una de las ciudades que en mayor número conserva este tipo de reja. Como dijimos, cumplen principalmente una función decorativa y el objetivo de señalar un límite. Son rejas bajas, que invitan al vecino a ingresar al jardín anterior, tocar el timbre y cumplir con el ritual de la visita. Están construidas con alambre, un material vulnerable, no asociado con la seguridad. Fueron las rejas que simbolizaron el proyecto industrializador, donde la prosperidad general, el lazo bien marcado de las relaciones familiares y la comunidad constituida en instituciones (el club, la parroquia, el bar, la cancha, en centro de residentes, etc.) se respaldaban en los principios de solidaridad. Pero en los 90 los lazos sociales comenzaron a relajarse. La privatización de las empresas estatales trajo desempleo y una de sus consecuencias fue la delincuencia juvenil. Los robos y asesinatos en ocasión de robo cometidos por menores de edad o personas muy jóvenes aumentaron exponencialmente en pocos años. El discurso social hablaba de un nuevo tipo de delincuente, sin los códigos del anterior, que hasta era capaz de robarle al vecino de al lado. La mayoría eran hijos de personas honestas, que se habían caído de las redes de contención social y ahora, sin rumbo, sin oportunidades, buscaban apoderarse de los bienes ajenos como la manera más sencilla de obtener objetos materiales. La aparición de la droga agudizó este fenómeno, la tasa de criminalidad aumentó en pocos años y un halo de sospecha generalizada cubrió a todo el mundo. Había que proteger la casa. Las rejas entonces abandonaron su función decorativa y se convirtieron en mecanismos de clausura, que lejos de invitar al ingreso a la vivienda lo limitaban. (Una paradoja: el trabajo del herrero se redujo a principios de la década del 90 por la reducción de los gastos familiares debido al desempleo, pero volvió a crecer a mediados de la misma década por el aumento de la delincuencia que el desempleo generó). En el imaginario social la gente comenzó a vivir enrejada, amurallada, protegida de una barbarie externa que transformaba al hogar un lugar inseguro. Eran rejas de barrotes verticales, casi sin ornamentación. Recién pasado el pánico inicial de un fenómeno social inaudito, los herreros comenzaron a sugerir que las rejas podrían recobrar su carácter decorativo sin perder su carácter preventivo. Comenzaron a concretarse algunos experimentos para intentar modificar el paisaje carcelario de la ciudad reemplazando las rejas de hierros verticales por otras ornamentadas o de hierros horizontales. Actualmente conviven los tres estilos. Las rejas fortificadas, las rejas decorativas y las antiguas rejas de alambre. El barrio Las Flores tiene la mayor cantidad de este último tipo de rejas, aunque debido a las nuevas modas constructivas, además dela oxidación que las carcome, ya están comenzando a desaparecer y con ellas sus símbolos: la visita, la confianza y la proximidad. Si no se diseña un plan para preservarlas, cuando desaparezca la última, habrá desaparecido también la marca de identidad de un barrio y el espíritu de una época.