G.N.: No, mi sentir… O sea, cuando estamos hablando de… Digamos, yo creo que lo que vos pescás de mí, para hablar… es el bárbaro, el bárbaro en el buen sentido… yo me alegro mucho. Si renegué tanto de que me llamaran un negro de mierda en un sentido empecé a sentir que no sé si no está bien. O sea, sobre todo cuando… Yo soy antropólogo, entonces me ha tocado muchas veces estar con los indios wichi del norte, entonces cuando yo los veo a estos tipos que no quieren aprender español, no quieren, no quieren aprender la idea del progreso… Yo estoy seguro que la saben, no es que no la incorporan, es que la resisten. Porque dicen: ¿Yo voy a ser bueno cuando yo vaya a progresar…?
L.F.: Es que vos los querés meter en un quilombo y ellos viven en un contacto directo con Dios. ¿Para qué? Si a mi vos me dieras la posibilidad de estar sano, sano, no con esta mierda de polineuritis que no puedo caminar, porque me duele… entonces, sano, totalmente sano, ¿vos te creés que (no se entiende) una película? Hace rato que estaría en las Catitas, criando chivos, que es mi sueño, teniendo un corral de quinientos chivos, donde yo me siente al lado del corral a tomar mate y sienta el olor de la bosta de los chivos, que es riquísimo, el aroma, verlos llegar, irse, meterme en mi rancho, a la noche ver unas estrellas que vos no has visto en tu vida. Donde yo tenía el viñedo estaba a 18 kilómetros del pueblo, lo hice yo al viñedo, al parral, tenía uvas barbera bonarda y barbera de asti, uno de los más bonitos parrales que se hicieron allá en las Catitas. Inmerso en el desierto. Yo llevé la luz, llevé todo. ¿Cómo me vas a cambiar eso por esto? Ni en pedo, pero ni en pedo. Yo ahora estoy prisionero de esta circunstancia, digamos. Yo tengo que caminar, si salgo a algún lado tengo que ir acompañado… Bue, me tocó esta, hay gente que está peor… Que tampoco me conforma. ¿Pero cómo pretendés vos que esta gente que vive… sacarlas del paraíso? Ellos están en el paraíso. Luján de Cuyo era el paraíso. Y nunca fui tan feliz. Nunca en mi vida, nunca, ni un instante, como cuando yo andaba con los perros por el puente de Luján de Cuyo. Nunca. Nunca. Nunca recibí tanto amor como el de mi abuela Genoveva, de mi tía Berta, de mi abuelo, de los perros, el Cautivo, que siempre lo tengo (no se entiende). Doce perros llegué a tener. Dormía con los perros. Un frío en Mendoza, un frío de película… En el rancho se dormía con los perros. Pero yo era muy feliz. Todos hablan de que Favio tuvo una infancia infeliz. Tuve fragmentos de infelicidad, de tristeza, de honda tristeza, pero ¿vos sabés lo que era para mi ir con mis amigos, con el Negro Cacerola, caminando a la orilla de las acequias, a la sombra de los paredones, caminando hasta la casa de Santiaguito, donde tomábamos mate y charlábamos y mentíamos y soñábamos? Y yo cuando me acuesto, en mis insomnios, son ellos los que están conmigo, no son otros. Si vos en este momento, tonto de mi que pensé que el paraíso estaba en otro lado… No me arrepiento, he conocido mucho, pero de todos modos ¿de qué carajo me va a servir cuando me vaya todo lo que conocí? Entonces uno nunca lo sabe.
Acá la nota terminada como se editó en la revista Ñ
Acá la nota terminada como se editó en la revista Ñ